martes, 10 de marzo de 2015

Ser BIO - PSICO - ¿SOCIAL?


Fource Majeure (Fuerza Mayor en su traducción) arranca con una escena magistral:

La familia tipo sueca está llegando a los Alpes para tomarse unas vacaciones en la nieve. El fotógrafo que les da la bienvenida los invita a tomar una imagen de ellos, con el maravilloso paisaje montañoso y nevado de fondo. En la escena podemos visualizar como el fotógrafo, fuera de cuadro, va ordenando las poses, sonrisas y abrazos de los miembros como construyendo una especie de felicidad familiar artificial. El extraño recepcionista termina realizando una composición fotogénica de sonrisas mecanizadas que no parecen acercarse a los lazos afectivos auténticos del grupo familiar. Ese es el primer retrato del film.


Comenzando con esta idea del retrato feliz de la familia tipo, el director del film, Ruben Ostlund va a comenzar a trabajar profundamente sobre estos lazos afectivos y desteñir progresivamente sus colores en un drama familiar tan intenso, como interesante.
La familia, integrada por el padre Tomas, Ebba (esposa), Harry (hijo) y Vera (hija), deciden tomare 5 días en los exuberantes Alpes Suizos. Todo marcha bien en su primer día de esquí y no parece haber sido tan falsa la imagen familiar del inicio de la película. En el segundo día el grupo familiar es atravesado por una experiencia bastante peculiar: En el restaurant con vista hacia las montañas donde están almorzando, de repente se precipita el ambiente con la visualización de una avalancha de nieve que se origina en la montaña. Todo parece controlado, pero la fuerza natural climática empieza a asustar a los comensales y la avalancha se transforma en algo peligroso. Finalmente se detiene antes de llegar al sitio y se convierte en una espesa nube blanca que cubre el encuadre. La avalancha no se choca con el restaurant, pero si se choca contra las bases de la institución familiar.


Desde la imagen de esta amenaza climática y su tensión creciente por la situación peligrosa que va generando, encontramos la problemática del film, cuando Tomas, en un acto instintivo y de fuerza primitiva toma su I-Phone y corre para sobrevivir en vez de optar por el abrazo protector a sus hijos, como lo hace Ebba. El retrato "feliz" se empieza a desquebrajar y entre las grietas del cristal, es en donde el sueco Ruben Oslun profundiza la esencia de su película. La atmósfera del relato se oscurece y el eje temático del film se posiciona en la exploración de la naturaleza humana y la irracionalidad de su instinto. Pero esta orbita es solo una excusa, para disparar una reflexión mucho más profunda y que tiene que ver con la posición del hombre en la modernidad.


La construcción de una mirada critica a la familia burguesa europea, egresada de la escuela de Micheal Haneke, plantea el debate sobre las bases culturales que determinaron sobre el rol del hombre, la necesidad de la protección angelical, responsabilidad patriarcal y una mística heroica sobre todo aquello que representa su familia. Tal vez este punto analítico sea la lectura central de la película y que no solo vincula a la tarea del hombre contemporáneo, sino que también apunta al desempeño de la mujer en esta relación familiar y como vamos tejiendo ciertas transformaciones que rozan la polémica de la misantropía y el machismo. A raíz de esta tesis sobre la posición del hombre-mujer, me permití plantear de forma filosófica (porque biológicamente somos seres sociales) hasta qué punto somos un ser social. ¿Hasta qué punto somos capaces de abandonar lo que nos rodea para salvarnos? ¿Cuál es el límite de nuestro instinto de auto conservación? ¿Cuán importante son los seres afectivos en situaciones de peligro? ¿Qué nivel de autenticidad tiene la frase 'Dejo la vida por mis seres queridos'?


Sin embargo el film no se agota solo en esta lectura, y la cámara del sueco Oslu, va registrando efectivamente otros aspectos interiores al quiebre progresivo de los lazos familiares y en donde pone foco al desgastante formato occidental del matrimonio, la familia tradicional, y la carga critica de una sociedad que se considera liberal pero que actúa prejuiciosamente ante la poligamia de otras culturas y la expansión del fenómeno "Open Mind". Estos apuntes reflexivos que rodean una órbita superficial en la película, se ve reforzada por las escenas en donde la pareja de Tomas y Ebba, comparte distintos momentos con otras parejas: Una con una extraña mujer que profesa el matrimonio liberal, y la segunda con el noviazgo de Matt con una joven de 20 años, Fanni. Por ultimo tengo que destacar el campo de acción de los niños dentro de esta trama compleja de relaciones familiares y matrimoniales. Vera y Harry funcionan como un elemento narrativo puntual que se encarga de reforzar la idea de una infancia sufrida. Las discusiones de sus padres en los pasillos del hotel, con ellos fuera de cuadro y en su habitación, reflejan una mirada clave de los niños como directos receptores de una sensación de ruptura interna en su familia, y que los aterroriza por la incesante sensación de divorcio o violencia familiar que están experimentando y sin entender muy bien las razones del mundo adulto del que tuvieron que soportar desde su nacimiento. Sus reacciones de llamado de atención se hacen evidentes, cuando notamos rasgos de revelación a la autoridad paternal, su abstracción y refugio en las tecnologías y la utilización de su inocencia como un escudo de victimización por parte de sus padres.


En cuanto a las formas narrativas del film, el sueco construye el mensaje con una estética de filmación apabullante. Resuelve todas las escenas magistralmente con la precisión de un cineasta que no se apresura y controla el universo diegético con el pulso narrativo de la tensión y una atmosfera incomoda e intrigante que nos pone los pelos de punta. Los elementos centrales de su narrativa se centran en la composición de planos fijos, con tomas muy largas que toman fuerza dramática a través de los diálogos viscerales de sus personajes y una curiosa construcción del mensaje silencioso y las interpretaciones faciales de las distintas situaciones frustrantes por las que pasa la pareja de Tomas y Ebba. No apela a un abuso de artificios cinematográficos y en una clara intención realista carga en sus actores la ejecución efectiva de sus temáticas, llegando a jugar con tonos humorísticos de color negro en ambientes muy dramáticos y de intenso suspenso.


Sin duda, "Fuerza Mayor", es una obra altamente recomendable y principalmente por el diseño de una tesis generalizada sobre los focos críticos del universo familiar de la modernidad burguesa, en donde la liquidez de la teoría de Baumman, está más presente que nunca. Estar atentos a todas estas reflexiones y trasladar el debate de estas temáticas a lo interno de nuestras estructuras familiares, no olvidando revisar cuales son los límites de nuestros impulsos primitivos y cuan racionales somos cuando nos traiciona el instinto.


viernes, 6 de marzo de 2015

La viveza criolla por detrás del mostrador...



Hermogenes Saldivia (Joaquín Furriel) se encuentra en la carnicería cuando llega la clienta. Su encargado (interpretado por German De Silva) la atiende amablemente y parece conocerla. La señora le pide un corte de carne específico que observa en el mostrador y que parece estar en buen estado. Efectivamente la mercadería que llego esa mañana es exhibida en el mostrador, y cuando el carnicero la saca para pasarla por la moledora de carne, a través de la complicidad de la cámara que sigue las manos tramposas del vendedor, observamos en realidad que ese corte es reemplazado por uno en mal estado y pasado de días que no había logrado venderse a tiempo y ahora es cambiado por el que está en buenas condiciones. En esa transición traicionera por la parte oculta del mostrador, la clienta puede ver que la carne (que supuestamente eligió) es molida delante de sus ojos (ajustado a la normas de correcta salubridad que debe tener una carnicería), no emite queja alguna, paga y se retira contenta. El carnicero felicita a Hermogenes por entender rápido la maniobra miserable de su jefe y proceder a moler la carne en mal estado que le había pasado en lugar de la otra. Lo que no vemos detrás del mostrador es la síntesis del ridículo pensamiento argentino que siempre ha sido defendido bajo la tradición de “LA VIVEZA CRIOLLA”.


Con ese nivel de crudeza y visceralidad se tiñe la atmosfera diegetica de la nueva película protagonizada por el galancito Joaquín Furriel. Sebastian Schindel se pone a la cabeza de esta película, basada en el libro homónimo de Elias Neuman, que retrata los hechos trágicos del crimen de un explotado trabajador que se pasa los días condenado a un calvario incesante, producto de la opresión y aprovechamiento de la clase trabajadora que sufre de la patología colonial que desangro a Latinoamerica y que ahora se remodernizo en algo llamado: Esclavismo en pleno siglo XXI. El film se centra precisamente en Hermogenes Saldivar, un santiagueño analfabeto con algunos problemas físicos que se encuentra con la necesidad de trabajar en una carnicería de Buenos Aires. Allí establece relación laboral con el señor Latuada, su patrón, que lo hará encargado de una de sus carnicerías y someterá a una serie de injusticias laborales, sumado a las infrahumanas condiciones de vida con las que somete a él y su mujer (Monica Lairana). La trama precisamente delineada por su director, se divide en dos y podemos visibilizar simultáneamente el proceso judicial al que es sometido el protagonista y llevado a cabo por el abogado que le ofrece defensa, interpretado por Guillermo Pfening.

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En “Patrón, radiografía de un crimen”  podemos visualizar en varias escenas como el personaje de Hermogenes Saldivia es “instruido”, por un experimentado trabajador del oficio, en el arte de la venta de carne en mal estado, con un sinfín de trucos inmorales e insanos que engañan a las clientes creídos de la buena apariencia de la mercadería que se expone en vidriera. Sebastián Schindel, reconocido principalmente por un amplio bagaje en el trabajo documentalista, ubica certeramente la cámara en aquellos lugares por detrás del mostrador, en donde el “show de la viveza inhumana” sucede. Es así que podemos observar la esencia visual de la crudeza, miseria e hipocresía del ser humano en unas cuantas imágenes, donde el personaje de Furriel se encuentra manipulando y maquillando esa mercadería para que aparente un agradable color ante la mirada de los clientes. Las escenas breves en el frigorífico del local, en donde vemos a Hermogenes cortar la carne e intentando esquivar el asqueroso olor que emana la descompuesta mercadería es un pequeño retrato oscuro y revelador de aquella categoría social que la comunidad argentina heredo de su pasado gaucho y que es común escucharla con la frase “tenes que ser más vivo”.


Les propongo que antes de repasar algunos puntos vinculados a la estética, trama y demás aspectos puros del contenido de la película, pensemos juntos esta perspectiva que me quedo del llamado fenómeno de la “viveza” y  me gustaría poder compartir. El mostrador de la carnicería con su brillante vidriera, representa en si una especie de barrera sociológica que separa “los vivos” de “los pichones”. He aquí una metáfora simbólica e  imagen fiel de la sociedad en la que vivimos (y convivimos). Sin ánimos de aludirle intencionalidad de expresar este mensaje particular al director, tengo que decir que la película en cierta forma dispara una reflexión interesante sobre las distintas artimañas y engaños cobardes a los que nos acostumbramos a naturalizar y tristemente celebrar con el objetivo de aventajar al otro, o más bien “cagarlo”, como se dice en lenguaje criollo. Las imágenes repetidas sobre este fenómeno en la carnicería, no encierra el repertorio de chabacanerías de “viveza” en este humilde oficio, sino que se extrapola a todo tipo de actividad, conducta y personalidad, que sabemos que existe pero que no hacemos nada para cambiarla, sino que la incentivamos aun más. La honestidad, la moral, la ética y los principios o valores correctos/buenos que deben guiar nuestro espíritu humano vendrían a ser toda la apariencia que se vende por detrás del mostrador, pero que es una ilusión de vidriera porque lo que realmente recibimos es la moralidad podrida de seres humanos miserables que nos victimizan como “pichones” y se glorifican entre ellos como “vivos”. Paradoja interesante para pensar y realizar la autocrítica en situaciones actuales, en donde parecemos destinados a naturalizar este tipo de actos “vivos” como la corrupción política, los sobornos a autoridades, los curros, el engaño austero, la confianza del boludo y la inocencia de algunos que son el blanco fácil de los artistas de la mentira y la ficción barata. Sobrevivir a costa del otro y pisando cabezas ha sido el principio moral que ha regido en nuestro país y se ha instalado en nuestra genética. Es necesario pensar en esto y luchar por cambiar a nuestras generaciones futuras y comenzar a ver si en eso de transformar nuestra realidad podemos ser un poco “más vivos”.


En otra de las ideas interesantes a analizar podemos situarnos en la mirada documentalista y de realismo que nos ofrece el director. Como dije anteriormente, Schindel experimentado en el campo del documental ha abordado este proyecto de ficción aplicando efectivamente mucho de los elementos narrativos que definen a un documental. Pero que básicamente voy a destacar la idea de extremo realismo y la intención de retratar una historia verídica sin acudir a artificios exuberantes. Con esto quiero apelar al registro de cámara sin demasiados cortes de planos y centrado en la fuerza del dialogo y la imagen, acompañados por una composición interpretativa asombrosa que incluye la excepcional caracterización de Joaquín Furriel, Luis Ziembrowsky y Monica Lairina. Sumar también a esta estética realista, la filmación sin decorado alguno y en los lugares donde sucedieron verídicamente los hechos, adaptando situaciones por supuesto al lenguaje cinematográfico. Esta matriz narrativa implementada desde la forma de filmar la historia, llega al espectador con la fuerza y el compromiso de un autor que pretende problematizar la realidad y analizar profundamente las heridas abiertas de este conflicto que es la explotación laboral. Tomando tal vez el modelo de realismo de los hermanos Dardenne y su última película “Dos días, una noche” en donde el argumento de la órbita laboral y las opresiones de superiores también se pone en pantalla como tela de juicio, Sebastian Shindel logra darle presencia, voz, imagen y peso a una clase social sufrida por las apuñaladas de un sistema que no pueden controlar y se los devora.  Quiero agregar en este apartado e ilustrar la idea con las escenas en donde la cámara nos invita a observar con cierto asco y repulsión, los momentos donde el cuchillo atraviesa la carne en descomposición y nos permite recibir el impacto sintético del film en esa simple imagen: La miseria humana está allí impregnada en el olor y el color de la descomposición del alimento más popular en Argentina.


Con respecto a la subtrama que se despega de los hechos que van llevando al trágico suceso criminal y el infierno de Hermogenes Saldivar en la Carnicería, observamos simultáneamente en un espacio temporal que vendría a funcionar como el presente, el proceso judicial al que es llevado Hermogenes y que está protagonizado por un abogado cínico y frio al principio, que comienza a “humanizarse” luego de acercarse cada vez más a la realidad del caso. Es tal vez estos episodios los más superficiales comparados a las imágenes que representan la temática central del film vinculada a la explotación, pero igualmente podemos reflexionar sobre los laberintos burocráticos, inhumanos y desalmados que tiene el sistema judicial. No es algo sumamente original exponer este aspecto en películas argentinas pero si me gustaría acentuar un concepto que me quedo grabado al analizar esta subtrama que propone la película. Tiene que ver con la violencia institucional a la que el sistema judicial se ha encargado de perfeccionar y encuadrar en marcos normativos constitucionales y donde el desamparo a la víctima ha revertido el principio fundamental de los acusados: Uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario y no al revés. Hay una escena en particular donde el personaje interpretado por Pfening llega a la cárcel para explicarle bajo el enredado discurso frígido de lenguaje penalista cuales son las condiciones a las que está sometido hasta el momento el acusado. Este fragmento me remitió a la abrumadora obra rusa nominada a los Oscars “Leviathan” en donde el aparato burocrático judicial refleja la inferioridad de las clases trabajadoras y el poder aplastante de las altas esferas políticas. En una de las escenas iniciales del film ruso, escuchamos la voz fría y desalmada de una oradora que repasa el veredicto final del juzgado que ha fallado a favor del Estado y procede a estigmatizar al protagonista con un discurso dominado por un lenguaje duro, formal y repleto de tecnicismos ridículos que no hacen más que abordar la crudeza de un sistema que se ha forjado sobre mecanismos frívolos y maquiavélicos, sin el más mínimo sentido de los sentimientos humanos. Es así que en “El Patrón, radiografía de un crimen” no solo vemos a Hermogenes como un trabajador torturado por una cruel patronal, sino también absorbido por la ejecución violenta de las instituciones del Estado y jueces que han sido responsables también de su exclusión social y marginado por un título en su documento que dice “Inapto”.


Voy a permitirme destacar la impresionante labor del protagonista, Joaquín Furriel. En una composición inédita y alejada de los personajes facheros que sus ojos azules han sabido enamorar, interpretando con un acento santiagueño preciso a una víctima de este sistema torturador y poder sentir en su rostro de mudas reacciones los golpes que le ha dado la vida. Tal vez la elección de esta figura reconocida en el ambiente televisivo y cinematográfico sea el único elemento de matiz artificial que ha seleccionado el director, y que definitivamente apunta a la estrategia de darle comercialización a la película, por lo que felicito su certera decisión y extender mis aplausos a la jugadisima construcción interpretativa que logro Furriel, en un magnifico despliegue de principio a fin.



Por ultimo decir que la obra de Sebastián Schindel es una de las películas nacionales más sólidas y convincentes de lo que va del año y que sin duda hay que observar y sentarse a pensar sobre sus reflexiones. El cine argentino, necesita de la vitalidad y la sangre de autores que están comprometidos con la realidad social y política, además de contribuir a la construcción de una estética cinematográfica independiente. “El Patrón, radiografía de un crimen” es la película ideal que debemos pensar y debatir, principalmente para discutir sobre qué lado del mostrador queremos estar y decidir nosotros que carne pretendemos vender. Es excelente como para charlarla en la mesa de domingo después del asadito, o antes cuando estén a punto de comprar la carne.

"LA VIDA ES UN DESTINO A CUMPLIR"...

-PELIPENSAMIENTO

viernes, 20 de febrero de 2015

Y como Icaro

“-Aquí nadie te conoce, solo conoce al tipo adentro del pájaro
-Discúlpame por ser tan popular…
-¿Popular? Te diré una cosa. La popularidad es la prima puta del prestigio…”


Este es un pequeño fragmento del dialogo entre Riggan (Michael Keaton) y Mike (Edward Norton), al salir de un teatro de Broadway, después de una fallido preestreno en la obra “De que hablamos, cuando hablamos de amor”, dirigida por Riggan. Seleccione este fragmento para analizar la reflexión global del film en unas cuantas palabras que describen el fenómeno de la popularidad como el mísero merecimiento que reciben aquellos que deben conformarse por ser inferiores a los que realmente son importantes y se definen como prestigiosos. La lucha contra el reconocimiento masivo y la posibilidad de dejar una huella eterna en el arte al que se dedican se convierte en tema de foco central en la película que Iñarritu llevo a la pantalla este año y que huele a Oscar a mejor película para este domingo. Por supuesto que no es solo esta construcción de crítica interna al show bussines de Hollywood la única temática, pero si es las más sólida y gravitante entre los muchísimos apuntes interesantes que se desprenden de esta verdadera obra maestra que nos trajo el mejicano de la mítica “Amores Perros”. 


Es necesario aclarar que esta observación autocritica de la industria norteamericana se ha convertido en una tradición cinematográfica desde hace muchos años y que ha marcado su huella con películas como “El Crepúsculo de Dioses” (Billy Wilder),  “El desprecio” (Godard), “Barton Fink” (hermanos Coen), la reciente “Maps to Stars” (David Cronemberg) y sin duda la majestuosa obra de Robert Altman “Las reglas del juego”, en donde encontraremos pequeños guiños en tono de homenaje en referencia a la estética que Iñarritu le dio a Birdman desde la cámara.
“Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)” es la quinta película que lleva en su carrera el mejicano Gonzales Iñarritu, que llego a los terrenos del estrellato hollywoodense luego de haber sido el responsable, junto a su ex guionista Arriaga, de la convulsiva trilogía de la muerte (Amores Perros, 21 Gramos y Babel) y la maravillosa “Biutiful”. Esta vez, el cineasta latinoamericano nos trae un experimento cinematográfico particular y ciertamente distinto a lo que nos tiene acostumbrado bajo un estilo que supo impregnar de tonos oscuros, sombríos y que refleja en cada uno de sus relatos las miserias humanas de una sociedad toxica. Estas dimensiones no dejan de ser abordadas en su último film, pero las minimiza logrando estabilizar su estilo agregándole un color humorístico de comedia negra, ironía y una cargada sátira sociocultural de la comunidad norteamericana.


Michael Keaton, interpreta a Riggan Thomson un actor del mainstream cinematográfico que llego a lo más alto del estrellato hollywoodense a través de su papel como un héroe alado sacado de un comic. Luego de protagonizar el blockbuster de Birdman desea abandonar la fama de su disfraz para sentirse relevante nuevamente en un camino artístico diferente y demostrar que es mucho más que un producto industrial de las franquicias de las capas y  las sagas hombres superpoderosos. Su carrera está destinada a la presentación de una obra en Broadway, adaptación de un texto literario de Ray Carver, escritor que inspiro su comienzo en la actuación desde pequeño.


El planteamiento de este desafío personal, es para Riggan arriesgar todo lo que tiene y arriesgar su vida por lo que él llama “reinventarse” para abandonar por completo la idea de solo ser un insulso pájaro de ficción. El alter ego del ave que lo hizo mundialmente famoso lo persigue en una especie de voz torturadora que le recuerda lo mediocre, cobarde e insignificante que es desde que decidió abandonar los grandes estudios y dar el salto a los escenarios de Broadway. He aquí un punto clave a analizar en la obra de Iñarritu, y que tiene que ver con la distorsión psicológica del protagonista que siente el peso de ser un triste individuo popular por algo que no considera grandioso en su vida. El egocentrismo y el narcicismo efervesciente se delinean en el personaje de Michael Keaton, que intenta construir una imagen de sí mismo y ser significante, no solo para el público en general sentado en una butaca, sino también a sus allegados y familiares, especialmente para su hija Sam, que le reprocha la incapacidad de ser un padre. Todo el relato engloba una profunda grieta sobre el individualismo y el deseo exitista de la demostración de ser algo ante una sociedad que se ha convertido en una maquina de miradas enjuiciadoras y críticas traducida a un fenómeno de siglo XXI, llamado redes sociales. El fenómeno del comentario, la opinión y la crítica de absolutamente todo es el espejo de una generación etiquetadora que en el seno de un capitalismo salvaje y de tecnologías avasalladoras ha transformado las relaciones humanas en una constante interacción virtual y de habladuría incesante sobre todo aquello que los rodea, pero que pocos saben que realmente es. Un hashtag en Twitter, un like en Facebook, un programa de TV, las visualizaciones sobre un video de YouTube, las críticas de “expertos” en un diario sobre alguna obra, se convirtieron en síntomas de una comunidad obsesionada con una concepción del “comentario” que tal vez esta algo errada y no ha sabido encontrar una observación real o precisa de le esencia de las cosas de las que hablan.


"Una cosa es una cosa y no lo que digan de esa cosa”. Frase que profesa en el camerino de Riggan, es un resumen claro de esta patología sociológica del prejuicio automático. La escena del bar en donde Thomson conversa con la crítica teatral Tabitha Dickinson es una extensión magistral de esta temática y que pone a pensar más profundamente estos puntos desarrollados sobre el fenómeno de la “etiqueta” y que recae específicamente en el mundo del show mediático. Contra este mundo de prejuicios y contra su propio mundo lleno de egoísmos es en donde lucha el personaje protagónico de Keaton. Es tal vez una versión más moderna del existencialismo de Hamlet, en donde la presencia virtual en cualquier plataforma on-line nos hace estar vivos o estar muertos.


Odias los blogs, te burlas de Twitter y ni siquiera tienes una página de Facebook. Tu eres el que no existe”


Iñarritu no conforme con esta observación acida de la industria, apuesta por ampliar el abanico de críticas y recaer en la disputa ideológica o simbólica entre Broadway y Hollywood. En este apartado nos encontramos con las huellas dejadas por un montón de relatos norteamericanos que han dado su visión en cuanto a este tema, pero que decidí acercar el análisis a la película de los hermanos Coen: “Barton Fink”. En la obra maestra de los hermanos, existe una suerte de inversión con los sucesos de “Birdman”, precisamente porque el escritor protagonista se muda a los estudios de Hollywood, tras cosechar muchísimo éxito con su obra en Broadway. Más allá de esta diferencia, encontramos un dialogo común entre ambos films que retrata la constante forma crítica de homogeneizar los lenguajes de las diferentes artes. Siempre ha existido esa idea ridícula de que los espacios artísticos son cerrados para ciertos autores y ciertos públicos.


“Odio la gente como usted y a todos los que representa: niños soberbios, egoístas y consentidos que creen que hacen arte entregándose premios entre ustedes sobre dibujos animados y pornografía. Esto es el teatro y no puede venir a creer que sabe, escribir, dirigir o actuar en una obra, sin antes pasar por mi”


He aquí una visión de la perspectiva que se tiene una aclamada critica al referirse el prestigio y ese cierto talento real que se percibe en el espíritu del teatro, alejado de los estereotipos mercantiles que se producen en el cine. De esta misma forma se plantea en “Barton Fink”, cuando el guionista reconocido en Broadway pretende llenar de poesía un film que la productora destruye porque en Hollywood los relatos persiguen una formula sencilla, seriada y de acción que no construya una dura filosofía o reflexión de sentimentalismos complejos. Las luces del teatro neoyorquino siempre serán un pedestal artístico que se contradice con las supuestas intenciones comerciales, menores y miserables de la pantalla grande. El alter ego que persigue a Thomson es otro ejemplo de esta comparación crítica cuando con su voz aterradora le reprocha la actitud falsa del actor al querer intentar hacer algo en un mundo donde no pertenece. “La gente quiere sangre, quiere acción y no esa aburrida, habladora y depresiva filosofía de teatro”“Que hacemos en este hoyo de mierda con 800 butacas”.

Por último, siguiendo estas lógicas del espíritu de teatro, decidí destacar el aspecto de la frontera entre lo real y lo ficticio sobre un escenario. El director mejicano decide ahondar esta cuestión a través del personaje de Mike Shinner, interpretado por Edward Norton. En una de las mejores desempeños actorales de su carrera Norton deslumbra con una serie de apariciones en donde su personaje conflictivo se expresa con una contradicción interesante: Se siente verdadero en el escenario, pero es una farsa y una ficción en el mundo de la realidad. Abrir los ojos a esta observación sobre la cuestión de lo que es realmente verdadero y lo que realmente es ficcional. ¿Cuál es el límite entre ambos? La película demuestra que los seres humanos nos pasamos la vida intentando construir imágenes sobre nosotros mismos, ficcionalizando nuestra existencia como actores en un gran escenario ante los ojos observadores del mundo. Una metáfora sobre lo que realmente somos: Actores que creemos ser reales, inventando rostros y evitando sentir emociones virales cuando nos chocamos con miradas ajenas: La paradoja de aparentar.


Como cierre a esta crítica, doy espacio a la explicación de mi título, señalando que la película de Iñarritu es como Ícaro, el ave que se caracterizó por volar tan alto que se quemó por el calor del sol. “Birdman” vuela alto y bien alto haciendo una construcción sólida y firme desde la estética y la estructura narrativa. La cámara que cuenta los hechos como un “gran falso plano secuencia”, tal vez en homenaje a los minutos iniciales de la película similar de Robert Altman, hace del mejicano un autor con muchos recursos cinematográficos y que se interesó por apostar a una forma específica y particular que acompaña al contenido pero que otorga una fuerza estética maravillosa, teniendo en cuenta que esta manera de filmar con planos largos es también alguna forma de referenciar a la dinámica escénica de las performances teatrales que no gozan con el beneficio de pausar las cámaras cuando al director se le antoja. Y no puedo olvidarme de dar puntos a una estructura neo-noir que ha logrado ir transformando los géneros hasta rozar los límites del surrealismo de Lynch combinado con un drama acido de sátira al estilo de Billy Wilder, con tonalidades de humor negro.

La dirección del mexicano junto a su equipo de guionistas vuela mucho más alto y se encargó de encauzar a un elenco excepcional también. Todas las interpretaciones son escandalosamente geniales desde el gordo Galifianakis (el de ¿Qué paso ayer?) hasta la ojuda Emma Stone, siendo redundantes en la excelente actuación de Norton y Keaton. A prestar atención y afinar el oído en cuanto al diseño de la banda sonora, como un particular logro de componer una batería de jazz recurrente que no solo es estéticamente armónica, sino que le da fuerza y avance a la historia.

Gonzales Iñarritu, junto a los guionistas Giacobbone y Armando Bo, se han ganado las alas de la industria hollywoodense y hasta no quemarse con el sol deben seguir planeando e imponer la fuerza latina en otras tierras, antes de ser declarados en peligro de extinción.



jueves, 19 de febrero de 2015

Bichos raros...



Antes de comenzar con las lecturas de los dos films que nos respectan, me permitiré comenzar con una reflexión acerca de lo que tantos sitios especializados, noticieros y diferentes medios han catalogado como el “fenómeno del biopic”, en un contexto particular que incluye el periodo previo a la auto celebración del cine norteamericano, conocido como los premios Oscar. Quisiera brindar mi opinión con respecto a este fenómeno que hoy tiene cita en la privilegiada selección de “mejores películas” según el jurado , y decir algo más de este formato que tanto agrada a los miembros de la honorable Academia. De acuerdo a la sorprendente cantidad de selecciones vinculadas a este estilo biográfico, tengo que decir que ninguna está a la altura de lo que a mí respecta a una de las películas más logradas y considerada obra maestra, no solo en este género, sino en la cinefilia internacional, como lo es “La Red Social”, dirigida por David Fincher.

Tengamos en cuenta que biopic en su significado original refiere a “película (picture) de vida (bio)”, en donde las características o componentes centrales deben girar en torno al relato biográfico de un personaje en especial que pertenezca a la realidad. A diferencia de un documental, la biopic se permite la libertad de ficcionalizar los hechos y construir una trama fiel a lo que sucedió pero con ciertas licencias artísticas utilizando diferentes recursos cinematográficos ya sea desde el estilo formal, la estructura narrativa o el foco de autoría que se le dé al contenido. Por supuesto que el relato siempre debe mantenerse en la línea de lo políticamente correcto conocido como “verídico” o “basado en hechos reales”. Es así que a lo largo de toda la historia del cine se han llevado a la pantalla historias sobre vidas especiales y personas de interés popular, convirtiéndose en una tradición que muchos autores, productoras y empresas modernas han convertido ahora en un negocio rentable.

Nombraba anteriormente a la obra maestra de David Fincher, “La Red Social” para dar como ejemplo artístico, un verdadero modelo del formato biopic que no solo ha respetado todos sus componentes, sino que es una película clave que debe estar en cualquier lista de cinéfilo y público en general. La vida centrada en el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, supo equilibrar un relato de vida, con ciertos elementos ficcionales, pero enfocados en narrar una historia atrapante que no busca el golpe bajo, la emoción melodramática y las granadas lacrimógenas a las que se  acostumbraron a estereotipar los estudios de Hollywood a la hora de realizar un biopic rentable. David Fincher, es un cineasta que no solo supo darle su perspectiva personal, sino que respeto la estructura biográfica e hizo un film de guion sólido, de apabullantes interpretaciones y múltiples premios que gano merecidamente,  y en los que por supuesto el que mas triunfo fue el séptimo arte.
En ninguna de las películas seleccionadas este año se puede visualizar una esencia artística semejante a la obra de Fincher, y ni siquiera cerca de algún punto alto por lo menos desde lo estético. Sin duda alguna, en mi opinión las mejores obras de este año han sido realizadas desde la ficción (BoyHood, Gran Hotel Budapest, Birdman y Whiplash).


Finalizado mi comentario sobre el fenómeno biopic, seguiré con las respectivas criticas del “Código Enigma” y “La Teoría del Todo” (si, si un 2x1).
Inglaterra. Films norteamericanos con acento británico. Universidad de Cambridge. Dos genios del campo científico que cambiaron el mundo. Uno más contemporáneo que otro, pero al fin dos vidas cruzadas por el conocimiento universal y mentes brillantes que revolucionaron el siglo XXI. Alan Turing por un lado, y Stephen Hawkins por otro. Dos “bichos raros”. Dos biopics diferentes, pero con una esencia compartida entre ambas: El constante estilo errático de construcción narrativa.
Y para cerrar con otro dato de color a esta introducción, es necesario decir que no fue casualidad que la cartelera del cine comercial nacional, trajera estas dos películas el mismo día de estreno. Una sala proyectaba “El Código Enigma”, mientras que a unos metros en el mismo cine, simultáneamente pasaban “La Teoría del Todo”. Por supuesto que esta maniobra comercial que tal vez fue pensada para atrapar el atractivo del público hacia estos relatos de vida, no tiene nada que ver con lo puramente artístico que refiere a cada uno de los films.


Comenzando con la primera que vi, “La Teoría del Todo”, puedo afirmar que es la peor de las dos. La película sufre de un foco central y a pesar de que encontramos buenos puntos en las interpretaciones, la trama es debilitada por un guion que no sabe precisamente a donde apuntar. Pareciera que la película es solo la lectura de la historia clínica de Stephen Hawkins, porque el progreso fílmico parece solo tomar fuerza y avanzar cuando la cámara se detiene en registrar los diferentes ataques físicos de la degeneración muscular que sufre el científico a partir de una enfermedad grave y que lo ha postrado en una silla, llegando a perder la capacidad comunicativa oral y ser remplazado por una computadora que transmite sus pensamientos. El director se encargó de retratar primeros planos y acercamientos profundos a la imitación perfecta de la enfermedad mental del protagonista, a través de una ejecución interpretativa excelente por parte de Eddy Redmayne. La película abandona la narrativa de la trama en donde solo podemos sentir una insulsa pena e impresión al observar el proceso de deformación del cuerpo del científico.


La historia de amor melodramática, que pretende ser el eje del relato no logra la fuerza dramática suficiente y lo único más interesante es la tensión sostenible por el triángulo polémico que se conforma con la aparición de Jonathan en la vida del matrimonio de Hawkins y Jane. Algunas frases de grandilocuencia intelectual y emotiva rellenan el relato intentando hilvanar algunos pensamientos interesantes pero que pierde terreno al dejar de lado y no alcanzar la magnitud comprensiva del trabajo científico que hizo Stephen durante toda su vida, y lo convirtió en un reconocido personaje del conocimiento universal. Las teorías producidas a lo largo de su vida son mostradas superficialmente y superpuestas a la intención de reflejar el sufrimiento físico del científico en una incansable lucha por seguir trabajando, pero no prestando demasiada atención o seriedad en lo que pensaba acerca del enigma del universo y las discusiones cuánticas sobre los agujeros negros.
La enfermedad es la protagonista y el eje en donde gira toda la película sin abordar ningún punto específico del amor, la esperanza, el trabajo científico o la fuerza de un personaje que se pasó la vida luchando. Más bien, pareciera que el film estuviera enfocado en la pesadumbre y entereza emocional de Jane Hawkins, interpretada efectivamente por Felicity Jones, como podemos ver en la Taya que sufre el regreso psicótico de Chris Kyle en el biopic patriótico “American Sniper”.


En palabras finales, “La Teoría del Todo”, se visualiza como un filme pretencioso que no alcanza a dramatizar ninguna temática, salvo reflejar la imagen constante de una enfermedad física en la que en ello el actor supo imitar a la perfección, buscando siempre aquello que los jurados aman elegir a la hora de otorgar premios a la actuación, teniendo en cuenta que interpretar patologías es el menú preferido de los Oscar. La teoría de la nada sería el nombre perfecto.


“El Código Enigma” (The Imitation Game) es algo mejor. La historia de este “bicho raro”, protagonizada por Benedict Cumberbatch, enfoca los episodios vividos por Alan Turing, considerado uno de los pioneros en la base científica de la tecnología de la computación, en tres periodos diferentes de su vida. La estructura narrativa se divide en tres fragmentos que se trasladan en el tiempo y dialogan entre sí. Uno dedicado al pasado del científico en Cambridge. El presente y periodo protagonista del filme que registra el trabajo de Alan con el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial. Y momentos del futuro en donde se visualiza la investigación policial que lo perturba por supuestas acusaciones sobre su homosexualidad. Este tipo de formato narrativo es un tanto menos errático que “La Teoría del Todo” y no solo porque su forma construye una solidez en el relato, sino porque hace al contenido bastante preciso y claro.

La historia ahonda sobre estos tres episodios de la vida de Turing, con la intención de significar dos lecturas socio-culturales particulares como eje central. En primer lugar, los hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial se encargan de profundizar el trabajo de Alan Turing con el gobierno, en lo que sería la tarea de romper el Código Enigma. La máquina Engima, era el dispositivo de comunicaciones alemanas que mediante códigos encriptados transmitían los diferentes ataques y movimientos ofensivos hacia el frente de los Aliados. Junto a un equipo de nerds británicos, el protagonista llevara a cabo arduos sacrificios por romper el Enigma y lo que representaría una verdadera lucha del hombre contra la máquina. En esta esfera discursiva de un enfrentamiento de inteligencias, la película logra acercar al espectador la relevancia universal del conocimiento de Alan Turing y su importancia científica para el futuro. He aquí uno de los grandes logros del film: Dentro de esta atmosfera de tensión bélica alejada de los campos de batalla, vemos como en un pequeño laboratorio, en medio de múltiples sentimientos de soberbia, arrogancia, odios internos y resentimientos, se va forjando una teoría que cambiaría el mundo del siglo XX. Durante este fragmento, el director sabe narrar con ciertas dosis de tensión e intrigante atracción las problemáticas vinculadas al fenómeno del “Secreto de Estado” y la paranoia de los espías soviéticos que comenzaba a germinar como una enfermedad nacional ridícula que explotaría años después en la Guerra Fría. Tal como se refleja en el biopic de “Una Mente Brillante” , el trabajo de Turing en el gobierno es perturbado por una red de sucesos de espionaje que son colocados precisamente para romper la esfera dramática que los minutos vienen mostrando y acercarse a unos tonos de thriller policial que son bastante acertados.


Como había dicho, la película sostiene dos lecturas y una de ellas está narrada desde las oficinas de la agencia secreta británica, pero la otra se condensa en una forma narrativa peculiar desde el pasado infantil del protagonista en Cambridge. La segunda lectura se centra en la crítica social y profunda de la homosexualidad como un prejuicio y castigo institucional que el gobierno británico ha instalado desde el siglo XIX en una estúpida tradición conservadora que llego a fallos judiciales inhumanos. La famosa ley de “Indecencia” instalada en una sociedad estrictamente religiosa y asentada en las bases tradicionales del matrimonio, la familia y la heterosexualidad ha perseguido a todos aquellos que se revelaran contra estos determinismos. Es así que en el retroceso a la infancia de Turing, visualizamos la creación del vínculo afectivo con Christopher, su mejor amigo, en donde sentiría un enamoramiento profundo y los signos latentes de su homosexualidad próxima. El fragmento no busca sensibilizar o hacer de la homosexualidad un factor de “victimización”, sino que se permite navegar en una temática que repercutiría gravemente en la vida del científico, precisamente en los hechos mostrados en el otro episodio temporal y que tiene lugar en 1951, años después de la guerra.
Condenado bajo los estigmatizadores artículos de la ley de la Indecencia, el profesor Turing es obligado a someterse a una castración química que disminuya sus impulsos sexuales hacia otros hombres. En esta especie de experimento medico torturador, podemos concebir una crítica apabulladora sobre las leyes tradicionales de la sociedad inglesa. El director ajusta su foco reflexivo haciendo un análisis social del sufrimiento por el que tuvo que pasar un matemático que hasta el día de su suicidio no supo ser reconocido por su gran aporte a la comunidad científica, acentuando la irracionalidad de la lucha contra el “pecado de la homosexualidad” como si fuera una enfermedad biológica.


“¿Sabes porque el hombre recurre a la violencia? Porque nos hace sentir bien”. La genealogía del fenómeno de la violencia humana explicada en este mínimo fragmento, pone en tela de juicio las razones de la guerra y la atmosfera sórdida de los prejuicios sociales y la falta de sensibilidad de un mundo que ha marginado a un montón de “bichos raros” etiquetándolos como enfermos o sanos, de acuerdo a su inclinación sexual. En una de las escenas epilogas del film descubrimos, en esta grieta de crítica socio-cultural, la brillante performance actoral de Benedict Cumberbatch en donde descarga su furia contra el sistema injusto que lo está condenando.


La estructura narrativa goza de puntos bastantes atractivos en sus diferentes temáticas, y aunque el abordaje se hace muy abarcativo y en ciertos aspectos la historia queda estancada, podemos decir que el film dirigido por Morten Tyldum es de lo mejorcito que se ha hecho en las biopic que tenemos este año. Debo destacar la acertada e increíble adaptación de época en cuanto a los vestuarios y puesta en escena como elemento central del plano estético de la película. Seguramente en algunas categorías dedicadas a los diseños estéticos y de las formas, “El Código Enigma” pueda llevarse la tan anhelada estatuilla por la que ha recibido ocho nominaciones.



martes, 3 de febrero de 2015

El Vía Crucis...


Louis Zampiere corre incansablemente. Corre de los que los abusivos compañeros en el colegio. Corre del policía del barrio cuando lo encuentra haciendo travesuras y lo entrega a los azotes de su padre. Corre en la competencia juvenil de su pueblo. Corre en las Olimpiadas. Corre en los campos de concentración japoneses, mientras recibe duros latigazos y golpes macabros. Corre y aguanta. Lo golpean, lo muelen a palos, lo desangran y no se cae. Más incansable que inquebrantable.
La película de Angelina Jolie es una maratón interminable que parece no cansar a su protagonista pero si ahogar a sus espectadores. Esa respiración casi artificial y el aguante de aplomo de Louis Zampieri no llegan a la butaca del espectador y son muy pocos los momentos en donde cambiamos el aire y aguantamos unos minutos más y algunos unos metros más de este agotador biopic norteamericano.


El estilo biográfico y documentalista de las películas industriales de este año, trajo aparejado a la peor de ella en manos de la opera prima en dirección de la afamada Angelina Jolie. Tengo que aclarar que su primer filme goza de algunos puntos altos, aceptables y bastantes buenos desde la perspectiva estética y lo mucho que puede seguir aportándole la actriz hollywoodense a la pantalla, pero que en balance general es bastante floja y errática.

El relato gira en torno a Louis Zampieri, un atleta olímpico italo-americano que sufre los malvados episodios de la década del 40, donde la Segunda Guerra Mundial convierte su vida en un sufrimiento e incansable desafío de vida. El protagonista, interpretado por Jack O’ Connel, decide convertirse en atleta profesional asegurado por el sueño dorado de Las Olimpiadas de Tokio. La inminente invasión nazi y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le desviaran el camino de la maratón hacia las Fuerzas Armadas estadounidenses que combaten en territorio japonés.

El equipo de guionistas, en donde se destacan los hermanos Coen deciden fragmentar la dramática vida en tres partes: Un pasado juvenil mediante flashbacks que registran los momentos claves de su desarrollo deportivo y los lazos familiares, la segunda dedicada a los 45 días de naufragio en el Océano tras la caída de su avión junto a sus compañeros Phil y Mac. Y un tercer fragmento, el más enfocado por Angelina Jolie, que retrata las torturas y dolores de su pasaje por un campo de concentración, en donde enfrentara al macabro general del ejército japonés, Matsuhiro Watanabe.


En el primer fragmento con apenas dos retrocesos a la infancia y juventud de Louis, se pueden destacar la relación fraternal con Peter, en donde aprenderá a superar sus límites, fortalecer la creencia en sí mismo y elegir el atletismo como una forma de vida: “El que aguanta, gana”. Y también la educación eclesiástica propagada por un padre riguroso y estricto que fomentara su contacto con la Iglesia como punto central y uno de los más acertados al realizar la lectura del vía crucis de Zampieri. Angelina Jolie falla en no profundizar las miradas a la raíz familiar y en las decisiones que lo llevaron a enrolarse en las Fuerzas Armadas, además de caer en los estereotipos de la familia italiana.

La segunda parte tal vez lograda con más fuerza que la primera, repasa los 45 días de naufragio junto a sus compañeros. Las luchas contra el hambre, los tiburones y el miedo al desequilibrio psicológico sufren de algunos defectos al no llegar a transmitir emocionalmente ninguno de ellos. El enfrentamiento con un avión japonés, junto al peligro acuático de algunos feroces tiburones cobran ciertas dosis de tensión y suspenso bastante interesantes para esta altura del metraje.


Y por último, el fragmento en donde está puesto el énfasis de la trama: El calvario y hostigamiento que sufre el protagonista a manos del cruel ejército japonés. Aquí es donde se encuentra el estancamiento del film y donde se termina de ahogar por completo. Angelina Jolie recurre a una cámara poco estilística en cuanto a la forma y con la mala decisión del reflejo de la violencia y la morbosidad explicita. Tal cual hiciera “12 años de esclavitud” con la historia de Solomon Northup, la directora capta las imágenes más sanguinarias, haciéndose con escenas en donde los golpes copan la mayoría del metraje. El cínico general del campo de detenidos se luce por brindar gratuitamente azotes a Louis, tan solo porque lo mira a los ojos. Esto se repite unas cuentas veces más, pero con algunas rutinas de torturas distintas, como cuando una fila de soldados le destroza la cara a trompadas por enseñarle respeto.


Palazos y golpes destructivos son el condimento por excelencia en el relato y la estrategia que llevara adelante a la trama, reflejando la espalda torturada de un soldado que con mucha entereza y fuerza espiritual, no se cae y está dispuesto a no rendirse a pesar de los azotes de la dolorosa vida que le toco. La violencia no es algo que el cine no haya utilizado nunca o que no sea remunerable, pero en este caso la tortura hacia los “enemigos de Japón” son un elemento demasiado explicito que no hace más que mostrar el dolor de su víctima e incentivo para no decaer. La violencia física es tan vacía que el contenido queda perdido en escenas repetidas hasta el hartazgo pero con cicatrices diferentes en los rostros. Tal vez el enfoque hacia un mensaje de manifestación violenta subliminal expresada desde otras imágenes hubiese sido mejor opción.

He aquí el vía crucis. Esta tradición del mito y el héroe americano que se aprovecha de los hechos bélicos de Estados Unidos para justificarse muestra como un ciudadano corre toda su vida atravesando latigazos infernales a manos de crueles maniobras del destino, pero que no decae ante los malvados infortunios y se levanta entre sus compañeros con una cruz simbólica ante la mirada del torturador, para culminar su proeza y declararse invencible con un grito de liberación. Es sin duda la escena y el momento más logrado de los 137 minutos de la película que le dan total coherencia al título del film. En esta culmine imagen podemos encontrar las mejores secuencias que exprimió el fallido guion, ya que el realismo de las caras carbonizadas por el trabajo esclavo en un campo japonés son mucho mejores que los palazos en la espalda del protagonista.



Angelina Jolie es culpable de esta elección morbosa, pero igualmente se lleva algunos puntos por las partes culmines del relato en donde se puede visualizar más solidez y estética que en los anteriores minutos.  El incansable no cae y termina de vencer por encima de todo. Un mensaje esperanzador lleno de optimismo y algunas técnicas lacrimógenas con la foto familiar en suelo norteamericano redondean una película de claros signos patrióticos que realmente sorprende no ver entre las categorías más fuertes de los Oscar. La monstruosidad y las crueldades de un mundo hostil terminan mostrando la entereza de un personaje que se sale con la suya impartiendo la mirada del perdón y nunca la de la venganza. Jesús alguna vez fue así. ¿Jesús no será norteamericano?


miércoles, 28 de enero de 2015

Una Tormenta de Arena...


Hay una escena en la cuarta misión del frente norteamericano en Irak, en donde los soldados quedan atrapados en una enorme tormenta de arena, mientras se cruza una balacera entre los dos bandos. Este episodio bélico es uno de los mejores de todo el film, principalmente por la acción y suspenso que se inyecta en las pocas visibles imágenes de un enfrentamiento mortal entre iraquíes y norteamericanos. Pero con la descripción de esta escena no pretendo ilustrar una de las partes más logradas de la película, sino que utilizo este ejemplo introductorio para reflejar mi postura en donde Clint Eastwood se metió en esa tormenta de arena, sin visión, disparando sin razón y encima enredado en la que se llama la línea de fuego.


Para aquellos que tal vez no hayan seguido puntillosamente la filmografía de este director, vale decir que su estilo desde sus comienzos se ha destacado por narrar historias que profundizan las cicatrices y heridas abiertas de la bandera norteamericana a lo largo de toda su historia. Empezando con algunos Westerns como “Outlast Josey Wales” y “El Jinete Pálido” (reflejos socio-políticos de la Guerra Civil), los sucesos bélicos de la primera Guerra Mundial, precisamente el enfrentamiento en Iwo Jima, visualizados en ambos lados de la trinchera (“Banderas de Nuestros Padres” y “Cartas desde Iwo Jima”) y sin dejar de lado la perturbación psicológica pos Guerra de Tokio como lo es en la mítica “Gran Torino” , llegando a esta última etapa de su carrera, focalizando los conflictos del siglo XXI, vinculados al terrorismo internacional y el fundamentalismo islámico pos 9-11. De acuerdo al análisis veloz de algunos de sus célebres films patrióticos, se sabe mundialmente que Clint es un fervoroso partidario republicano de la línea blanda, por la cual su visión de los hechos históricos de su nación se percibe claramente por detrás de cámara. Podemos deducir que “American Sniper” se suma a esta lista de miradas críticas sobre los hechos bélicos de Estados Unidos, pero que no llega a la altura de las anteriores obras.  Y por ello debemos ser cuidadosos y criteriosos a la hora de valorar una obra de él, porque generalmente la crítica mundial se arrodilla ante sus películas por tan solo ser considerado un maestro del séptimo arte. Es un error gravísimo el sostener que estos grandes directores, no puedan equivocarse o construir films no tan bien logrados. Hay que desfetichizar ese argumento y analizar cuidadosamente su última película, ignorando por momentos que su autor es un reconocido personaje de la cinefilia mundial. Es un genio, no es perfecto. Puede tener errores.

“American Sniper” es la última película del octogenario director norteamericano, en donde pone en pantalla la historia del soldado más mortal de la historia nacional, arrastrando en su espalda el record de 160 bajas enemigas. Una “Leyenda”, como le dicen sus compañeros. Chris Kyle, interpretado por Bradley Cooper, es el elegido para narrar este biopic que se encuentra en contexto socio-político de la guerra en Afganistán e Iraq, durante la presidencia de Bush, acentuando los sucesos del 9-11 por supuesto.
La primera escena es magistral. El entrenado francotirador se enfrenta a su primer objetivo profesional: Un niño con una bomba que pretende atacar al convoy de marines norteamericano. Tarda unos segundos de profundo dilema moral con la tensión de su dedo en el gatillo, cuando de repente se dispara un flashback a su historia pasada. Es esta secuencia una de las más brillantes de la película, podemos centrarnos en la lectura profunda sobre una genealogía de violencia interna reflejada en la educación familiar de un padre estricto y patriota. La filosofía de las ovejas, lobos y perros pastores son la reflexión más crítica de una sociedad contaminada por la ridícula idea de construir héroes universales a través de la muerte, la violencia y la “justificada” defensa propia. En este veloz relato sobre la infancia del protagonista en el territorio sureño de Texas llegamos a comprender el mensaje subliminal del culto al arma. Allí el niño llevado a cazar por su padre como una tradición familiar y religiosa, idealiza un sentimiento nacional que a lo largo de todo el film parece simbolizado por las repetitivas imágenes de banderas rojas, blancas y azules en muchos planos, pero que en realidad no termina siendo el flameo del trapo norteamericano el icono representativo del nacionalismo, sino que son las armas las que ilustran el apasionado sentimiento patriota, hasta el punto de mostrar en la última escena una actitud poco responsable de Kyle jugando con una pistola de vaquero entre los hijos y su esposa. Pistas para una tragedia futura.


El flashback se apaga y volvemos al minuto cero. A partir de allí, el relato de desarticula y viaja sin solidez ni fuerza, como las balas perdidas en la tormenta de arena. Clint Eastwood despliega desde el campo de batalla muchos hilos argumentales que no llega a expresar con claridad y de hecho son bastantes débiles. Esto se puede ver en los momentos intermedios de las misiones y el “regreso a casa” del letal francotirador. Las supuestas secuelas psicológicas y perturbaciones emocionales o postraumáticas que trae de la guerra no alcanzan a convencer ni se fortalecen como si lo hace el personaje Ira Hayes en “Bandera de Nuestros Padres”. El peso y la atmosfera de sufrimiento constante que cae sobre ese joven que no quiere ser un héroe, muestra con más acercamiento la farsa nacional de mitos patrióticos que estimulan la unión comunitaria o sirven de propaganda militarista. Las vueltas a casa de Chris Kyle no llegan a marcar las lesiones internas de aquel soldado obsesionado por el lema de “Dios, patria y familia”. Más bien se entiende su sentido nacionalista y la marcada educación de defender a los demás como el perro pastor que su padre le ha inculcado. Igualmente el conflicto radica en un guion de pocas luces, estancado y que no permite a Bradley Cooper inyectar una caracterización psicológica más jugada. En ello, la crítica recae sobre la falla de un libreto limitado que no cumple con el correcto estudio interior de los personajes, como si lo hace Miller con sus luchadores en Foxcatcher (Steve Carrel y Channing Tattum principalmente), la otra nominada al Oscar, para citar solo un ejemplo.
En cada imagen de su regreso, se nota como Taya (su esposa) es la que realmente sufre el declive mental de su marido, y prácticamente es ella la que protagoniza la supuesta lesión psicológica de los veteranos de guerra. Se ve en su rostro una especie de espejo de sufrimiento que en el soldado no puede sentirse desde la butaca. El contacto de Chris Kyle con otros veteranos y el sentimiento compartido por aquellos mutilados física y mentalmente parecen ser rasgos de un mensaje desgarrador y feroz que Eastwood ya ha experimentado anteriormente: En la guerra nadie gana. Desde esta perspectiva sus mejores ejemplos se observan en las dos partes de la Guerra de Iwo Jima y en “Gran Torino”. Porque desde “American Sniper”, la moraleja del “todos pierden” queda difusa por un empantanado sendero de balas, tierra y el llanto de una mujer abandonada, sin ningún anclaje político-histórico que ayude tampoco.


Basándome en esto, es que digo que el film abarca dos mundos muy amplios: Uno en el territorio enemigo, y otro en el país, y que en ninguno de los dos llega a cubrir las constantes fallas del guion.
Clint sigue confundido y no sabe apuntar certeramente como si lo hace su protagonista. El dialogo de Snipers profesionales que hay entre Kyle y Mustafa, el francotirador letal del bando iraquí es uno de los puntos más interesantes de los sucesos bélicos, y que sin embargo no llega a ahondar punzantemente, minimizado y reemplazado por vacías imágenes de asaltos a casas o torturas islámicas morbosas. El duelo entre estos asesinos de elite en los techos de la zona de guerra es de un elemento que gozo de poca atención por parte del director y pudo haber sido más atractivo de lo que fue.


Para ir cerrando, tengo que decir que de las nominadas al Oscar es la que menos me gusto. Sin embargo recomiendo verla por dos razones. La primera es que Clint Eastwood es uno de los mejores cineastas independientes que la industria ha largado en el último siglo, además de por supuesto observar toda su carrera filmográfica, a pesar de películas erráticas como esta. Y la segunda es que en “American Sniper” podemos encontrar muchas reflexiones modernas del dolor de la guerra, la fama de un héroe que recibe su título por cada disparo efectivo de muerte y principalmente por el alto precio que hay que pagar por la GLORIA: Un valor que en Estados Unidos solo parece ser meritorio en aquellos que acumulan medallas a igual que litros de sangre en su historia militar.



“La Gloria la encontramos y otras veces no. A veces cae a nosotros con mucha furia. Nadie espera encontrarla. De igual manera es un gesto noble que caiga en nosotros. Mi pregunta es ¿Cuándo esta gloria se vaya en que se convertirá? En una dura cruzada o esperaremos que nos consuma. La gloria nos puede ver vivir, o no puede ver morir”

viernes, 23 de enero de 2015

Sangre, Sudor y Ritmo...


“Whiplash”: Latigazo enérgico que consigue un alto volumen, con tan solo con un golpe. En tan solo esa línea de descripción del término musical podemos resumir el potencial argumento de la película escrita y dirigida por Damien Chazelle. El relato musical de jazz, construido en forma de drama expresa en todo su metraje “un latigazo” enérgico y constante que no para de marcar heridas hasta el último compás.


La película está enfocada en la historia de Andrew Neiman (Miles Teller) un talentoso baterista de 19 años, que pretende ser “uno de los grandes” , estudiando en la escuela Shaffer de Nueva York, prestigiosa por su excelencia musical a nivel internacional. El camino hacia su éxito artístico se topa con la oscura pedagogía de un profesor afamado por su estricta educación de llevar a sus alumnos a límites infrahumanos, presionándolos al máximo para sacar el jugo de su talento. Jack Simmons interpreta majestuosamente a Terence Fletcher, un aclamado músico, amparado por los dispositivos institucionales de la honrada Academia y que se encargara de marcar el camino musical de Neiman rozando el sadismo y el salvajismo como principales elementos pedagógicos.


Todo el film es una atmósfera de presión constante hacia el protagonista. No solo hostigado por los gritos y crueldades de su profesor, sino también por la poca aceptación familiar de su carrera profesional. Estéticamente, Chazelle ha sabido construir ese telón sofocante interior a través de una cámara de planos cortos, en espacios cada vez más reducidos, donde solo quedaban las caras furiosas de Neiman, derramando sangre y sudor sobre los platillos de su batería. Los claroscuros de una pequeña sala de ensayo en su diminuto departamento y el aula donde toca la Orquesta de Estudio son los lugares más frecuentados en la asfixiante trama que no cuenta con muchas escenas de exteriores, pretendiendo sostener un ambiente de poco aire y presión incesante que se ira convirtiendo en un factor de tensión dramática que mantiene expectante hasta el último minuto.




El relato es electrizante y convulsivo. La confrontación de dos mundos contradictorios. La armonía musical de una nota, conseguida con los ensordecedores gritos y cachetazos de un profesor que no se conforma con que sean buenos músicos. Quiere que sean los mejores. Cada momento musical de la película, se convierte en una reflexión constante sobre los límites humanos. ¿Hasta qué punto hay que llegar?. Los latigazos no son explícitos, pero el espectador los siente en cada expresión violenta de Fletcher y que culmina con imágenes de sangre sobre la batería, demostrando que la destreza y la habilidad por cualquier arte debe llegar hasta las últimas consecuencias, sin importar el dolor físico o el sudor que derramemos de nuestro cuerpo.


“No hay palabras más dañinas en nuestro lenguaje que ‘Buen Trabajo’”. Le dice Fletcher a Neiman, sentados en un bar, mientras repasan la historia de Charles Parker (“Bird”), el saxofonista que no fue lo suficientemente bueno hasta que Jo Johnson le arrojo un platillo que lo pudo haber decapitado. En esa frase, descubrimos y comprendemos (no justificamos) las razones de aquel profesor hostil que humilla a sus alumnos, al no conseguir la melodía adecuada o porque no sintonizan con su tempo. Comprendemos que el arte es atlético. Que los grandes se destacan por su perseverancia y entrega total de sus vidas, llegando hasta una obsesión oscura en algunos casos, que llevo al suicidio de muchos artistas.



No puedo permitirme dejar de glorificar los puntos visuales desde la edición y la fotografía. Destacando la compleja tarea de lograr un balance entra la imagen y la magistral linea musical de la banda sonora. El equilibrio armónico del sonido, junto a la precisa organización de planos que va sintonizando con cada compás acústico de batería, es realmente muy logrado desde el trabajo de edición. Y no olvidar la soberbia caracterización de Jack Simmons, merecidisimo ganador del Globo de Oro hace algunos días, logrando una performance actoral increíble.


La película de Chazelle es altamente recomendable y principalmente a músicos que comprenden del oficio del arte, destacando que el relato cumple con la precisión del lenguaje musical que se visualiza en las lecturas de partituras o las órdenes del profesor cuando marca los compases. Por supuesto que ningún público debe quedar afuera de esta obra maestra del cine independiente, que seguramente no ganara los Oscar, pero si ganara muchísimos aplausos de sus espectadores en cualquier sala de cine mundial, que sin dudas es mucho más importante que los votos de un “afamado jurado de Hollywood”. “Whiplash”, al igual que “Inside Llewyn Davies” de los hermanos Coen, es una buena película de música para ver y comprender los secretos detrás del talento, acompañados por una fuerza dramática de estética impecable, y un ritmo acústico sin precedentes. A algunos les va a dar ganas de formar una banda después de verla.