viernes, 20 de febrero de 2015

Y como Icaro

“-Aquí nadie te conoce, solo conoce al tipo adentro del pájaro
-Discúlpame por ser tan popular…
-¿Popular? Te diré una cosa. La popularidad es la prima puta del prestigio…”


Este es un pequeño fragmento del dialogo entre Riggan (Michael Keaton) y Mike (Edward Norton), al salir de un teatro de Broadway, después de una fallido preestreno en la obra “De que hablamos, cuando hablamos de amor”, dirigida por Riggan. Seleccione este fragmento para analizar la reflexión global del film en unas cuantas palabras que describen el fenómeno de la popularidad como el mísero merecimiento que reciben aquellos que deben conformarse por ser inferiores a los que realmente son importantes y se definen como prestigiosos. La lucha contra el reconocimiento masivo y la posibilidad de dejar una huella eterna en el arte al que se dedican se convierte en tema de foco central en la película que Iñarritu llevo a la pantalla este año y que huele a Oscar a mejor película para este domingo. Por supuesto que no es solo esta construcción de crítica interna al show bussines de Hollywood la única temática, pero si es las más sólida y gravitante entre los muchísimos apuntes interesantes que se desprenden de esta verdadera obra maestra que nos trajo el mejicano de la mítica “Amores Perros”. 


Es necesario aclarar que esta observación autocritica de la industria norteamericana se ha convertido en una tradición cinematográfica desde hace muchos años y que ha marcado su huella con películas como “El Crepúsculo de Dioses” (Billy Wilder),  “El desprecio” (Godard), “Barton Fink” (hermanos Coen), la reciente “Maps to Stars” (David Cronemberg) y sin duda la majestuosa obra de Robert Altman “Las reglas del juego”, en donde encontraremos pequeños guiños en tono de homenaje en referencia a la estética que Iñarritu le dio a Birdman desde la cámara.
“Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)” es la quinta película que lleva en su carrera el mejicano Gonzales Iñarritu, que llego a los terrenos del estrellato hollywoodense luego de haber sido el responsable, junto a su ex guionista Arriaga, de la convulsiva trilogía de la muerte (Amores Perros, 21 Gramos y Babel) y la maravillosa “Biutiful”. Esta vez, el cineasta latinoamericano nos trae un experimento cinematográfico particular y ciertamente distinto a lo que nos tiene acostumbrado bajo un estilo que supo impregnar de tonos oscuros, sombríos y que refleja en cada uno de sus relatos las miserias humanas de una sociedad toxica. Estas dimensiones no dejan de ser abordadas en su último film, pero las minimiza logrando estabilizar su estilo agregándole un color humorístico de comedia negra, ironía y una cargada sátira sociocultural de la comunidad norteamericana.


Michael Keaton, interpreta a Riggan Thomson un actor del mainstream cinematográfico que llego a lo más alto del estrellato hollywoodense a través de su papel como un héroe alado sacado de un comic. Luego de protagonizar el blockbuster de Birdman desea abandonar la fama de su disfraz para sentirse relevante nuevamente en un camino artístico diferente y demostrar que es mucho más que un producto industrial de las franquicias de las capas y  las sagas hombres superpoderosos. Su carrera está destinada a la presentación de una obra en Broadway, adaptación de un texto literario de Ray Carver, escritor que inspiro su comienzo en la actuación desde pequeño.


El planteamiento de este desafío personal, es para Riggan arriesgar todo lo que tiene y arriesgar su vida por lo que él llama “reinventarse” para abandonar por completo la idea de solo ser un insulso pájaro de ficción. El alter ego del ave que lo hizo mundialmente famoso lo persigue en una especie de voz torturadora que le recuerda lo mediocre, cobarde e insignificante que es desde que decidió abandonar los grandes estudios y dar el salto a los escenarios de Broadway. He aquí un punto clave a analizar en la obra de Iñarritu, y que tiene que ver con la distorsión psicológica del protagonista que siente el peso de ser un triste individuo popular por algo que no considera grandioso en su vida. El egocentrismo y el narcicismo efervesciente se delinean en el personaje de Michael Keaton, que intenta construir una imagen de sí mismo y ser significante, no solo para el público en general sentado en una butaca, sino también a sus allegados y familiares, especialmente para su hija Sam, que le reprocha la incapacidad de ser un padre. Todo el relato engloba una profunda grieta sobre el individualismo y el deseo exitista de la demostración de ser algo ante una sociedad que se ha convertido en una maquina de miradas enjuiciadoras y críticas traducida a un fenómeno de siglo XXI, llamado redes sociales. El fenómeno del comentario, la opinión y la crítica de absolutamente todo es el espejo de una generación etiquetadora que en el seno de un capitalismo salvaje y de tecnologías avasalladoras ha transformado las relaciones humanas en una constante interacción virtual y de habladuría incesante sobre todo aquello que los rodea, pero que pocos saben que realmente es. Un hashtag en Twitter, un like en Facebook, un programa de TV, las visualizaciones sobre un video de YouTube, las críticas de “expertos” en un diario sobre alguna obra, se convirtieron en síntomas de una comunidad obsesionada con una concepción del “comentario” que tal vez esta algo errada y no ha sabido encontrar una observación real o precisa de le esencia de las cosas de las que hablan.


"Una cosa es una cosa y no lo que digan de esa cosa”. Frase que profesa en el camerino de Riggan, es un resumen claro de esta patología sociológica del prejuicio automático. La escena del bar en donde Thomson conversa con la crítica teatral Tabitha Dickinson es una extensión magistral de esta temática y que pone a pensar más profundamente estos puntos desarrollados sobre el fenómeno de la “etiqueta” y que recae específicamente en el mundo del show mediático. Contra este mundo de prejuicios y contra su propio mundo lleno de egoísmos es en donde lucha el personaje protagónico de Keaton. Es tal vez una versión más moderna del existencialismo de Hamlet, en donde la presencia virtual en cualquier plataforma on-line nos hace estar vivos o estar muertos.


Odias los blogs, te burlas de Twitter y ni siquiera tienes una página de Facebook. Tu eres el que no existe”


Iñarritu no conforme con esta observación acida de la industria, apuesta por ampliar el abanico de críticas y recaer en la disputa ideológica o simbólica entre Broadway y Hollywood. En este apartado nos encontramos con las huellas dejadas por un montón de relatos norteamericanos que han dado su visión en cuanto a este tema, pero que decidí acercar el análisis a la película de los hermanos Coen: “Barton Fink”. En la obra maestra de los hermanos, existe una suerte de inversión con los sucesos de “Birdman”, precisamente porque el escritor protagonista se muda a los estudios de Hollywood, tras cosechar muchísimo éxito con su obra en Broadway. Más allá de esta diferencia, encontramos un dialogo común entre ambos films que retrata la constante forma crítica de homogeneizar los lenguajes de las diferentes artes. Siempre ha existido esa idea ridícula de que los espacios artísticos son cerrados para ciertos autores y ciertos públicos.


“Odio la gente como usted y a todos los que representa: niños soberbios, egoístas y consentidos que creen que hacen arte entregándose premios entre ustedes sobre dibujos animados y pornografía. Esto es el teatro y no puede venir a creer que sabe, escribir, dirigir o actuar en una obra, sin antes pasar por mi”


He aquí una visión de la perspectiva que se tiene una aclamada critica al referirse el prestigio y ese cierto talento real que se percibe en el espíritu del teatro, alejado de los estereotipos mercantiles que se producen en el cine. De esta misma forma se plantea en “Barton Fink”, cuando el guionista reconocido en Broadway pretende llenar de poesía un film que la productora destruye porque en Hollywood los relatos persiguen una formula sencilla, seriada y de acción que no construya una dura filosofía o reflexión de sentimentalismos complejos. Las luces del teatro neoyorquino siempre serán un pedestal artístico que se contradice con las supuestas intenciones comerciales, menores y miserables de la pantalla grande. El alter ego que persigue a Thomson es otro ejemplo de esta comparación crítica cuando con su voz aterradora le reprocha la actitud falsa del actor al querer intentar hacer algo en un mundo donde no pertenece. “La gente quiere sangre, quiere acción y no esa aburrida, habladora y depresiva filosofía de teatro”“Que hacemos en este hoyo de mierda con 800 butacas”.

Por último, siguiendo estas lógicas del espíritu de teatro, decidí destacar el aspecto de la frontera entre lo real y lo ficticio sobre un escenario. El director mejicano decide ahondar esta cuestión a través del personaje de Mike Shinner, interpretado por Edward Norton. En una de las mejores desempeños actorales de su carrera Norton deslumbra con una serie de apariciones en donde su personaje conflictivo se expresa con una contradicción interesante: Se siente verdadero en el escenario, pero es una farsa y una ficción en el mundo de la realidad. Abrir los ojos a esta observación sobre la cuestión de lo que es realmente verdadero y lo que realmente es ficcional. ¿Cuál es el límite entre ambos? La película demuestra que los seres humanos nos pasamos la vida intentando construir imágenes sobre nosotros mismos, ficcionalizando nuestra existencia como actores en un gran escenario ante los ojos observadores del mundo. Una metáfora sobre lo que realmente somos: Actores que creemos ser reales, inventando rostros y evitando sentir emociones virales cuando nos chocamos con miradas ajenas: La paradoja de aparentar.


Como cierre a esta crítica, doy espacio a la explicación de mi título, señalando que la película de Iñarritu es como Ícaro, el ave que se caracterizó por volar tan alto que se quemó por el calor del sol. “Birdman” vuela alto y bien alto haciendo una construcción sólida y firme desde la estética y la estructura narrativa. La cámara que cuenta los hechos como un “gran falso plano secuencia”, tal vez en homenaje a los minutos iniciales de la película similar de Robert Altman, hace del mejicano un autor con muchos recursos cinematográficos y que se interesó por apostar a una forma específica y particular que acompaña al contenido pero que otorga una fuerza estética maravillosa, teniendo en cuenta que esta manera de filmar con planos largos es también alguna forma de referenciar a la dinámica escénica de las performances teatrales que no gozan con el beneficio de pausar las cámaras cuando al director se le antoja. Y no puedo olvidarme de dar puntos a una estructura neo-noir que ha logrado ir transformando los géneros hasta rozar los límites del surrealismo de Lynch combinado con un drama acido de sátira al estilo de Billy Wilder, con tonalidades de humor negro.

La dirección del mexicano junto a su equipo de guionistas vuela mucho más alto y se encargó de encauzar a un elenco excepcional también. Todas las interpretaciones son escandalosamente geniales desde el gordo Galifianakis (el de ¿Qué paso ayer?) hasta la ojuda Emma Stone, siendo redundantes en la excelente actuación de Norton y Keaton. A prestar atención y afinar el oído en cuanto al diseño de la banda sonora, como un particular logro de componer una batería de jazz recurrente que no solo es estéticamente armónica, sino que le da fuerza y avance a la historia.

Gonzales Iñarritu, junto a los guionistas Giacobbone y Armando Bo, se han ganado las alas de la industria hollywoodense y hasta no quemarse con el sol deben seguir planeando e imponer la fuerza latina en otras tierras, antes de ser declarados en peligro de extinción.



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