miércoles, 28 de enero de 2015

Una Tormenta de Arena...


Hay una escena en la cuarta misión del frente norteamericano en Irak, en donde los soldados quedan atrapados en una enorme tormenta de arena, mientras se cruza una balacera entre los dos bandos. Este episodio bélico es uno de los mejores de todo el film, principalmente por la acción y suspenso que se inyecta en las pocas visibles imágenes de un enfrentamiento mortal entre iraquíes y norteamericanos. Pero con la descripción de esta escena no pretendo ilustrar una de las partes más logradas de la película, sino que utilizo este ejemplo introductorio para reflejar mi postura en donde Clint Eastwood se metió en esa tormenta de arena, sin visión, disparando sin razón y encima enredado en la que se llama la línea de fuego.


Para aquellos que tal vez no hayan seguido puntillosamente la filmografía de este director, vale decir que su estilo desde sus comienzos se ha destacado por narrar historias que profundizan las cicatrices y heridas abiertas de la bandera norteamericana a lo largo de toda su historia. Empezando con algunos Westerns como “Outlast Josey Wales” y “El Jinete Pálido” (reflejos socio-políticos de la Guerra Civil), los sucesos bélicos de la primera Guerra Mundial, precisamente el enfrentamiento en Iwo Jima, visualizados en ambos lados de la trinchera (“Banderas de Nuestros Padres” y “Cartas desde Iwo Jima”) y sin dejar de lado la perturbación psicológica pos Guerra de Tokio como lo es en la mítica “Gran Torino” , llegando a esta última etapa de su carrera, focalizando los conflictos del siglo XXI, vinculados al terrorismo internacional y el fundamentalismo islámico pos 9-11. De acuerdo al análisis veloz de algunos de sus célebres films patrióticos, se sabe mundialmente que Clint es un fervoroso partidario republicano de la línea blanda, por la cual su visión de los hechos históricos de su nación se percibe claramente por detrás de cámara. Podemos deducir que “American Sniper” se suma a esta lista de miradas críticas sobre los hechos bélicos de Estados Unidos, pero que no llega a la altura de las anteriores obras.  Y por ello debemos ser cuidadosos y criteriosos a la hora de valorar una obra de él, porque generalmente la crítica mundial se arrodilla ante sus películas por tan solo ser considerado un maestro del séptimo arte. Es un error gravísimo el sostener que estos grandes directores, no puedan equivocarse o construir films no tan bien logrados. Hay que desfetichizar ese argumento y analizar cuidadosamente su última película, ignorando por momentos que su autor es un reconocido personaje de la cinefilia mundial. Es un genio, no es perfecto. Puede tener errores.

“American Sniper” es la última película del octogenario director norteamericano, en donde pone en pantalla la historia del soldado más mortal de la historia nacional, arrastrando en su espalda el record de 160 bajas enemigas. Una “Leyenda”, como le dicen sus compañeros. Chris Kyle, interpretado por Bradley Cooper, es el elegido para narrar este biopic que se encuentra en contexto socio-político de la guerra en Afganistán e Iraq, durante la presidencia de Bush, acentuando los sucesos del 9-11 por supuesto.
La primera escena es magistral. El entrenado francotirador se enfrenta a su primer objetivo profesional: Un niño con una bomba que pretende atacar al convoy de marines norteamericano. Tarda unos segundos de profundo dilema moral con la tensión de su dedo en el gatillo, cuando de repente se dispara un flashback a su historia pasada. Es esta secuencia una de las más brillantes de la película, podemos centrarnos en la lectura profunda sobre una genealogía de violencia interna reflejada en la educación familiar de un padre estricto y patriota. La filosofía de las ovejas, lobos y perros pastores son la reflexión más crítica de una sociedad contaminada por la ridícula idea de construir héroes universales a través de la muerte, la violencia y la “justificada” defensa propia. En este veloz relato sobre la infancia del protagonista en el territorio sureño de Texas llegamos a comprender el mensaje subliminal del culto al arma. Allí el niño llevado a cazar por su padre como una tradición familiar y religiosa, idealiza un sentimiento nacional que a lo largo de todo el film parece simbolizado por las repetitivas imágenes de banderas rojas, blancas y azules en muchos planos, pero que en realidad no termina siendo el flameo del trapo norteamericano el icono representativo del nacionalismo, sino que son las armas las que ilustran el apasionado sentimiento patriota, hasta el punto de mostrar en la última escena una actitud poco responsable de Kyle jugando con una pistola de vaquero entre los hijos y su esposa. Pistas para una tragedia futura.


El flashback se apaga y volvemos al minuto cero. A partir de allí, el relato de desarticula y viaja sin solidez ni fuerza, como las balas perdidas en la tormenta de arena. Clint Eastwood despliega desde el campo de batalla muchos hilos argumentales que no llega a expresar con claridad y de hecho son bastantes débiles. Esto se puede ver en los momentos intermedios de las misiones y el “regreso a casa” del letal francotirador. Las supuestas secuelas psicológicas y perturbaciones emocionales o postraumáticas que trae de la guerra no alcanzan a convencer ni se fortalecen como si lo hace el personaje Ira Hayes en “Bandera de Nuestros Padres”. El peso y la atmosfera de sufrimiento constante que cae sobre ese joven que no quiere ser un héroe, muestra con más acercamiento la farsa nacional de mitos patrióticos que estimulan la unión comunitaria o sirven de propaganda militarista. Las vueltas a casa de Chris Kyle no llegan a marcar las lesiones internas de aquel soldado obsesionado por el lema de “Dios, patria y familia”. Más bien se entiende su sentido nacionalista y la marcada educación de defender a los demás como el perro pastor que su padre le ha inculcado. Igualmente el conflicto radica en un guion de pocas luces, estancado y que no permite a Bradley Cooper inyectar una caracterización psicológica más jugada. En ello, la crítica recae sobre la falla de un libreto limitado que no cumple con el correcto estudio interior de los personajes, como si lo hace Miller con sus luchadores en Foxcatcher (Steve Carrel y Channing Tattum principalmente), la otra nominada al Oscar, para citar solo un ejemplo.
En cada imagen de su regreso, se nota como Taya (su esposa) es la que realmente sufre el declive mental de su marido, y prácticamente es ella la que protagoniza la supuesta lesión psicológica de los veteranos de guerra. Se ve en su rostro una especie de espejo de sufrimiento que en el soldado no puede sentirse desde la butaca. El contacto de Chris Kyle con otros veteranos y el sentimiento compartido por aquellos mutilados física y mentalmente parecen ser rasgos de un mensaje desgarrador y feroz que Eastwood ya ha experimentado anteriormente: En la guerra nadie gana. Desde esta perspectiva sus mejores ejemplos se observan en las dos partes de la Guerra de Iwo Jima y en “Gran Torino”. Porque desde “American Sniper”, la moraleja del “todos pierden” queda difusa por un empantanado sendero de balas, tierra y el llanto de una mujer abandonada, sin ningún anclaje político-histórico que ayude tampoco.


Basándome en esto, es que digo que el film abarca dos mundos muy amplios: Uno en el territorio enemigo, y otro en el país, y que en ninguno de los dos llega a cubrir las constantes fallas del guion.
Clint sigue confundido y no sabe apuntar certeramente como si lo hace su protagonista. El dialogo de Snipers profesionales que hay entre Kyle y Mustafa, el francotirador letal del bando iraquí es uno de los puntos más interesantes de los sucesos bélicos, y que sin embargo no llega a ahondar punzantemente, minimizado y reemplazado por vacías imágenes de asaltos a casas o torturas islámicas morbosas. El duelo entre estos asesinos de elite en los techos de la zona de guerra es de un elemento que gozo de poca atención por parte del director y pudo haber sido más atractivo de lo que fue.


Para ir cerrando, tengo que decir que de las nominadas al Oscar es la que menos me gusto. Sin embargo recomiendo verla por dos razones. La primera es que Clint Eastwood es uno de los mejores cineastas independientes que la industria ha largado en el último siglo, además de por supuesto observar toda su carrera filmográfica, a pesar de películas erráticas como esta. Y la segunda es que en “American Sniper” podemos encontrar muchas reflexiones modernas del dolor de la guerra, la fama de un héroe que recibe su título por cada disparo efectivo de muerte y principalmente por el alto precio que hay que pagar por la GLORIA: Un valor que en Estados Unidos solo parece ser meritorio en aquellos que acumulan medallas a igual que litros de sangre en su historia militar.



“La Gloria la encontramos y otras veces no. A veces cae a nosotros con mucha furia. Nadie espera encontrarla. De igual manera es un gesto noble que caiga en nosotros. Mi pregunta es ¿Cuándo esta gloria se vaya en que se convertirá? En una dura cruzada o esperaremos que nos consuma. La gloria nos puede ver vivir, o no puede ver morir”

viernes, 23 de enero de 2015

Sangre, Sudor y Ritmo...


“Whiplash”: Latigazo enérgico que consigue un alto volumen, con tan solo con un golpe. En tan solo esa línea de descripción del término musical podemos resumir el potencial argumento de la película escrita y dirigida por Damien Chazelle. El relato musical de jazz, construido en forma de drama expresa en todo su metraje “un latigazo” enérgico y constante que no para de marcar heridas hasta el último compás.


La película está enfocada en la historia de Andrew Neiman (Miles Teller) un talentoso baterista de 19 años, que pretende ser “uno de los grandes” , estudiando en la escuela Shaffer de Nueva York, prestigiosa por su excelencia musical a nivel internacional. El camino hacia su éxito artístico se topa con la oscura pedagogía de un profesor afamado por su estricta educación de llevar a sus alumnos a límites infrahumanos, presionándolos al máximo para sacar el jugo de su talento. Jack Simmons interpreta majestuosamente a Terence Fletcher, un aclamado músico, amparado por los dispositivos institucionales de la honrada Academia y que se encargara de marcar el camino musical de Neiman rozando el sadismo y el salvajismo como principales elementos pedagógicos.


Todo el film es una atmósfera de presión constante hacia el protagonista. No solo hostigado por los gritos y crueldades de su profesor, sino también por la poca aceptación familiar de su carrera profesional. Estéticamente, Chazelle ha sabido construir ese telón sofocante interior a través de una cámara de planos cortos, en espacios cada vez más reducidos, donde solo quedaban las caras furiosas de Neiman, derramando sangre y sudor sobre los platillos de su batería. Los claroscuros de una pequeña sala de ensayo en su diminuto departamento y el aula donde toca la Orquesta de Estudio son los lugares más frecuentados en la asfixiante trama que no cuenta con muchas escenas de exteriores, pretendiendo sostener un ambiente de poco aire y presión incesante que se ira convirtiendo en un factor de tensión dramática que mantiene expectante hasta el último minuto.




El relato es electrizante y convulsivo. La confrontación de dos mundos contradictorios. La armonía musical de una nota, conseguida con los ensordecedores gritos y cachetazos de un profesor que no se conforma con que sean buenos músicos. Quiere que sean los mejores. Cada momento musical de la película, se convierte en una reflexión constante sobre los límites humanos. ¿Hasta qué punto hay que llegar?. Los latigazos no son explícitos, pero el espectador los siente en cada expresión violenta de Fletcher y que culmina con imágenes de sangre sobre la batería, demostrando que la destreza y la habilidad por cualquier arte debe llegar hasta las últimas consecuencias, sin importar el dolor físico o el sudor que derramemos de nuestro cuerpo.


“No hay palabras más dañinas en nuestro lenguaje que ‘Buen Trabajo’”. Le dice Fletcher a Neiman, sentados en un bar, mientras repasan la historia de Charles Parker (“Bird”), el saxofonista que no fue lo suficientemente bueno hasta que Jo Johnson le arrojo un platillo que lo pudo haber decapitado. En esa frase, descubrimos y comprendemos (no justificamos) las razones de aquel profesor hostil que humilla a sus alumnos, al no conseguir la melodía adecuada o porque no sintonizan con su tempo. Comprendemos que el arte es atlético. Que los grandes se destacan por su perseverancia y entrega total de sus vidas, llegando hasta una obsesión oscura en algunos casos, que llevo al suicidio de muchos artistas.



No puedo permitirme dejar de glorificar los puntos visuales desde la edición y la fotografía. Destacando la compleja tarea de lograr un balance entra la imagen y la magistral linea musical de la banda sonora. El equilibrio armónico del sonido, junto a la precisa organización de planos que va sintonizando con cada compás acústico de batería, es realmente muy logrado desde el trabajo de edición. Y no olvidar la soberbia caracterización de Jack Simmons, merecidisimo ganador del Globo de Oro hace algunos días, logrando una performance actoral increíble.


La película de Chazelle es altamente recomendable y principalmente a músicos que comprenden del oficio del arte, destacando que el relato cumple con la precisión del lenguaje musical que se visualiza en las lecturas de partituras o las órdenes del profesor cuando marca los compases. Por supuesto que ningún público debe quedar afuera de esta obra maestra del cine independiente, que seguramente no ganara los Oscar, pero si ganara muchísimos aplausos de sus espectadores en cualquier sala de cine mundial, que sin dudas es mucho más importante que los votos de un “afamado jurado de Hollywood”. “Whiplash”, al igual que “Inside Llewyn Davies” de los hermanos Coen, es una buena película de música para ver y comprender los secretos detrás del talento, acompañados por una fuerza dramática de estética impecable, y un ritmo acústico sin precedentes. A algunos les va a dar ganas de formar una banda después de verla.