viernes, 20 de febrero de 2015

Y como Icaro

“-Aquí nadie te conoce, solo conoce al tipo adentro del pájaro
-Discúlpame por ser tan popular…
-¿Popular? Te diré una cosa. La popularidad es la prima puta del prestigio…”


Este es un pequeño fragmento del dialogo entre Riggan (Michael Keaton) y Mike (Edward Norton), al salir de un teatro de Broadway, después de una fallido preestreno en la obra “De que hablamos, cuando hablamos de amor”, dirigida por Riggan. Seleccione este fragmento para analizar la reflexión global del film en unas cuantas palabras que describen el fenómeno de la popularidad como el mísero merecimiento que reciben aquellos que deben conformarse por ser inferiores a los que realmente son importantes y se definen como prestigiosos. La lucha contra el reconocimiento masivo y la posibilidad de dejar una huella eterna en el arte al que se dedican se convierte en tema de foco central en la película que Iñarritu llevo a la pantalla este año y que huele a Oscar a mejor película para este domingo. Por supuesto que no es solo esta construcción de crítica interna al show bussines de Hollywood la única temática, pero si es las más sólida y gravitante entre los muchísimos apuntes interesantes que se desprenden de esta verdadera obra maestra que nos trajo el mejicano de la mítica “Amores Perros”. 


Es necesario aclarar que esta observación autocritica de la industria norteamericana se ha convertido en una tradición cinematográfica desde hace muchos años y que ha marcado su huella con películas como “El Crepúsculo de Dioses” (Billy Wilder),  “El desprecio” (Godard), “Barton Fink” (hermanos Coen), la reciente “Maps to Stars” (David Cronemberg) y sin duda la majestuosa obra de Robert Altman “Las reglas del juego”, en donde encontraremos pequeños guiños en tono de homenaje en referencia a la estética que Iñarritu le dio a Birdman desde la cámara.
“Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)” es la quinta película que lleva en su carrera el mejicano Gonzales Iñarritu, que llego a los terrenos del estrellato hollywoodense luego de haber sido el responsable, junto a su ex guionista Arriaga, de la convulsiva trilogía de la muerte (Amores Perros, 21 Gramos y Babel) y la maravillosa “Biutiful”. Esta vez, el cineasta latinoamericano nos trae un experimento cinematográfico particular y ciertamente distinto a lo que nos tiene acostumbrado bajo un estilo que supo impregnar de tonos oscuros, sombríos y que refleja en cada uno de sus relatos las miserias humanas de una sociedad toxica. Estas dimensiones no dejan de ser abordadas en su último film, pero las minimiza logrando estabilizar su estilo agregándole un color humorístico de comedia negra, ironía y una cargada sátira sociocultural de la comunidad norteamericana.


Michael Keaton, interpreta a Riggan Thomson un actor del mainstream cinematográfico que llego a lo más alto del estrellato hollywoodense a través de su papel como un héroe alado sacado de un comic. Luego de protagonizar el blockbuster de Birdman desea abandonar la fama de su disfraz para sentirse relevante nuevamente en un camino artístico diferente y demostrar que es mucho más que un producto industrial de las franquicias de las capas y  las sagas hombres superpoderosos. Su carrera está destinada a la presentación de una obra en Broadway, adaptación de un texto literario de Ray Carver, escritor que inspiro su comienzo en la actuación desde pequeño.


El planteamiento de este desafío personal, es para Riggan arriesgar todo lo que tiene y arriesgar su vida por lo que él llama “reinventarse” para abandonar por completo la idea de solo ser un insulso pájaro de ficción. El alter ego del ave que lo hizo mundialmente famoso lo persigue en una especie de voz torturadora que le recuerda lo mediocre, cobarde e insignificante que es desde que decidió abandonar los grandes estudios y dar el salto a los escenarios de Broadway. He aquí un punto clave a analizar en la obra de Iñarritu, y que tiene que ver con la distorsión psicológica del protagonista que siente el peso de ser un triste individuo popular por algo que no considera grandioso en su vida. El egocentrismo y el narcicismo efervesciente se delinean en el personaje de Michael Keaton, que intenta construir una imagen de sí mismo y ser significante, no solo para el público en general sentado en una butaca, sino también a sus allegados y familiares, especialmente para su hija Sam, que le reprocha la incapacidad de ser un padre. Todo el relato engloba una profunda grieta sobre el individualismo y el deseo exitista de la demostración de ser algo ante una sociedad que se ha convertido en una maquina de miradas enjuiciadoras y críticas traducida a un fenómeno de siglo XXI, llamado redes sociales. El fenómeno del comentario, la opinión y la crítica de absolutamente todo es el espejo de una generación etiquetadora que en el seno de un capitalismo salvaje y de tecnologías avasalladoras ha transformado las relaciones humanas en una constante interacción virtual y de habladuría incesante sobre todo aquello que los rodea, pero que pocos saben que realmente es. Un hashtag en Twitter, un like en Facebook, un programa de TV, las visualizaciones sobre un video de YouTube, las críticas de “expertos” en un diario sobre alguna obra, se convirtieron en síntomas de una comunidad obsesionada con una concepción del “comentario” que tal vez esta algo errada y no ha sabido encontrar una observación real o precisa de le esencia de las cosas de las que hablan.


"Una cosa es una cosa y no lo que digan de esa cosa”. Frase que profesa en el camerino de Riggan, es un resumen claro de esta patología sociológica del prejuicio automático. La escena del bar en donde Thomson conversa con la crítica teatral Tabitha Dickinson es una extensión magistral de esta temática y que pone a pensar más profundamente estos puntos desarrollados sobre el fenómeno de la “etiqueta” y que recae específicamente en el mundo del show mediático. Contra este mundo de prejuicios y contra su propio mundo lleno de egoísmos es en donde lucha el personaje protagónico de Keaton. Es tal vez una versión más moderna del existencialismo de Hamlet, en donde la presencia virtual en cualquier plataforma on-line nos hace estar vivos o estar muertos.


Odias los blogs, te burlas de Twitter y ni siquiera tienes una página de Facebook. Tu eres el que no existe”


Iñarritu no conforme con esta observación acida de la industria, apuesta por ampliar el abanico de críticas y recaer en la disputa ideológica o simbólica entre Broadway y Hollywood. En este apartado nos encontramos con las huellas dejadas por un montón de relatos norteamericanos que han dado su visión en cuanto a este tema, pero que decidí acercar el análisis a la película de los hermanos Coen: “Barton Fink”. En la obra maestra de los hermanos, existe una suerte de inversión con los sucesos de “Birdman”, precisamente porque el escritor protagonista se muda a los estudios de Hollywood, tras cosechar muchísimo éxito con su obra en Broadway. Más allá de esta diferencia, encontramos un dialogo común entre ambos films que retrata la constante forma crítica de homogeneizar los lenguajes de las diferentes artes. Siempre ha existido esa idea ridícula de que los espacios artísticos son cerrados para ciertos autores y ciertos públicos.


“Odio la gente como usted y a todos los que representa: niños soberbios, egoístas y consentidos que creen que hacen arte entregándose premios entre ustedes sobre dibujos animados y pornografía. Esto es el teatro y no puede venir a creer que sabe, escribir, dirigir o actuar en una obra, sin antes pasar por mi”


He aquí una visión de la perspectiva que se tiene una aclamada critica al referirse el prestigio y ese cierto talento real que se percibe en el espíritu del teatro, alejado de los estereotipos mercantiles que se producen en el cine. De esta misma forma se plantea en “Barton Fink”, cuando el guionista reconocido en Broadway pretende llenar de poesía un film que la productora destruye porque en Hollywood los relatos persiguen una formula sencilla, seriada y de acción que no construya una dura filosofía o reflexión de sentimentalismos complejos. Las luces del teatro neoyorquino siempre serán un pedestal artístico que se contradice con las supuestas intenciones comerciales, menores y miserables de la pantalla grande. El alter ego que persigue a Thomson es otro ejemplo de esta comparación crítica cuando con su voz aterradora le reprocha la actitud falsa del actor al querer intentar hacer algo en un mundo donde no pertenece. “La gente quiere sangre, quiere acción y no esa aburrida, habladora y depresiva filosofía de teatro”“Que hacemos en este hoyo de mierda con 800 butacas”.

Por último, siguiendo estas lógicas del espíritu de teatro, decidí destacar el aspecto de la frontera entre lo real y lo ficticio sobre un escenario. El director mejicano decide ahondar esta cuestión a través del personaje de Mike Shinner, interpretado por Edward Norton. En una de las mejores desempeños actorales de su carrera Norton deslumbra con una serie de apariciones en donde su personaje conflictivo se expresa con una contradicción interesante: Se siente verdadero en el escenario, pero es una farsa y una ficción en el mundo de la realidad. Abrir los ojos a esta observación sobre la cuestión de lo que es realmente verdadero y lo que realmente es ficcional. ¿Cuál es el límite entre ambos? La película demuestra que los seres humanos nos pasamos la vida intentando construir imágenes sobre nosotros mismos, ficcionalizando nuestra existencia como actores en un gran escenario ante los ojos observadores del mundo. Una metáfora sobre lo que realmente somos: Actores que creemos ser reales, inventando rostros y evitando sentir emociones virales cuando nos chocamos con miradas ajenas: La paradoja de aparentar.


Como cierre a esta crítica, doy espacio a la explicación de mi título, señalando que la película de Iñarritu es como Ícaro, el ave que se caracterizó por volar tan alto que se quemó por el calor del sol. “Birdman” vuela alto y bien alto haciendo una construcción sólida y firme desde la estética y la estructura narrativa. La cámara que cuenta los hechos como un “gran falso plano secuencia”, tal vez en homenaje a los minutos iniciales de la película similar de Robert Altman, hace del mejicano un autor con muchos recursos cinematográficos y que se interesó por apostar a una forma específica y particular que acompaña al contenido pero que otorga una fuerza estética maravillosa, teniendo en cuenta que esta manera de filmar con planos largos es también alguna forma de referenciar a la dinámica escénica de las performances teatrales que no gozan con el beneficio de pausar las cámaras cuando al director se le antoja. Y no puedo olvidarme de dar puntos a una estructura neo-noir que ha logrado ir transformando los géneros hasta rozar los límites del surrealismo de Lynch combinado con un drama acido de sátira al estilo de Billy Wilder, con tonalidades de humor negro.

La dirección del mexicano junto a su equipo de guionistas vuela mucho más alto y se encargó de encauzar a un elenco excepcional también. Todas las interpretaciones son escandalosamente geniales desde el gordo Galifianakis (el de ¿Qué paso ayer?) hasta la ojuda Emma Stone, siendo redundantes en la excelente actuación de Norton y Keaton. A prestar atención y afinar el oído en cuanto al diseño de la banda sonora, como un particular logro de componer una batería de jazz recurrente que no solo es estéticamente armónica, sino que le da fuerza y avance a la historia.

Gonzales Iñarritu, junto a los guionistas Giacobbone y Armando Bo, se han ganado las alas de la industria hollywoodense y hasta no quemarse con el sol deben seguir planeando e imponer la fuerza latina en otras tierras, antes de ser declarados en peligro de extinción.



jueves, 19 de febrero de 2015

Bichos raros...



Antes de comenzar con las lecturas de los dos films que nos respectan, me permitiré comenzar con una reflexión acerca de lo que tantos sitios especializados, noticieros y diferentes medios han catalogado como el “fenómeno del biopic”, en un contexto particular que incluye el periodo previo a la auto celebración del cine norteamericano, conocido como los premios Oscar. Quisiera brindar mi opinión con respecto a este fenómeno que hoy tiene cita en la privilegiada selección de “mejores películas” según el jurado , y decir algo más de este formato que tanto agrada a los miembros de la honorable Academia. De acuerdo a la sorprendente cantidad de selecciones vinculadas a este estilo biográfico, tengo que decir que ninguna está a la altura de lo que a mí respecta a una de las películas más logradas y considerada obra maestra, no solo en este género, sino en la cinefilia internacional, como lo es “La Red Social”, dirigida por David Fincher.

Tengamos en cuenta que biopic en su significado original refiere a “película (picture) de vida (bio)”, en donde las características o componentes centrales deben girar en torno al relato biográfico de un personaje en especial que pertenezca a la realidad. A diferencia de un documental, la biopic se permite la libertad de ficcionalizar los hechos y construir una trama fiel a lo que sucedió pero con ciertas licencias artísticas utilizando diferentes recursos cinematográficos ya sea desde el estilo formal, la estructura narrativa o el foco de autoría que se le dé al contenido. Por supuesto que el relato siempre debe mantenerse en la línea de lo políticamente correcto conocido como “verídico” o “basado en hechos reales”. Es así que a lo largo de toda la historia del cine se han llevado a la pantalla historias sobre vidas especiales y personas de interés popular, convirtiéndose en una tradición que muchos autores, productoras y empresas modernas han convertido ahora en un negocio rentable.

Nombraba anteriormente a la obra maestra de David Fincher, “La Red Social” para dar como ejemplo artístico, un verdadero modelo del formato biopic que no solo ha respetado todos sus componentes, sino que es una película clave que debe estar en cualquier lista de cinéfilo y público en general. La vida centrada en el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, supo equilibrar un relato de vida, con ciertos elementos ficcionales, pero enfocados en narrar una historia atrapante que no busca el golpe bajo, la emoción melodramática y las granadas lacrimógenas a las que se  acostumbraron a estereotipar los estudios de Hollywood a la hora de realizar un biopic rentable. David Fincher, es un cineasta que no solo supo darle su perspectiva personal, sino que respeto la estructura biográfica e hizo un film de guion sólido, de apabullantes interpretaciones y múltiples premios que gano merecidamente,  y en los que por supuesto el que mas triunfo fue el séptimo arte.
En ninguna de las películas seleccionadas este año se puede visualizar una esencia artística semejante a la obra de Fincher, y ni siquiera cerca de algún punto alto por lo menos desde lo estético. Sin duda alguna, en mi opinión las mejores obras de este año han sido realizadas desde la ficción (BoyHood, Gran Hotel Budapest, Birdman y Whiplash).


Finalizado mi comentario sobre el fenómeno biopic, seguiré con las respectivas criticas del “Código Enigma” y “La Teoría del Todo” (si, si un 2x1).
Inglaterra. Films norteamericanos con acento británico. Universidad de Cambridge. Dos genios del campo científico que cambiaron el mundo. Uno más contemporáneo que otro, pero al fin dos vidas cruzadas por el conocimiento universal y mentes brillantes que revolucionaron el siglo XXI. Alan Turing por un lado, y Stephen Hawkins por otro. Dos “bichos raros”. Dos biopics diferentes, pero con una esencia compartida entre ambas: El constante estilo errático de construcción narrativa.
Y para cerrar con otro dato de color a esta introducción, es necesario decir que no fue casualidad que la cartelera del cine comercial nacional, trajera estas dos películas el mismo día de estreno. Una sala proyectaba “El Código Enigma”, mientras que a unos metros en el mismo cine, simultáneamente pasaban “La Teoría del Todo”. Por supuesto que esta maniobra comercial que tal vez fue pensada para atrapar el atractivo del público hacia estos relatos de vida, no tiene nada que ver con lo puramente artístico que refiere a cada uno de los films.


Comenzando con la primera que vi, “La Teoría del Todo”, puedo afirmar que es la peor de las dos. La película sufre de un foco central y a pesar de que encontramos buenos puntos en las interpretaciones, la trama es debilitada por un guion que no sabe precisamente a donde apuntar. Pareciera que la película es solo la lectura de la historia clínica de Stephen Hawkins, porque el progreso fílmico parece solo tomar fuerza y avanzar cuando la cámara se detiene en registrar los diferentes ataques físicos de la degeneración muscular que sufre el científico a partir de una enfermedad grave y que lo ha postrado en una silla, llegando a perder la capacidad comunicativa oral y ser remplazado por una computadora que transmite sus pensamientos. El director se encargó de retratar primeros planos y acercamientos profundos a la imitación perfecta de la enfermedad mental del protagonista, a través de una ejecución interpretativa excelente por parte de Eddy Redmayne. La película abandona la narrativa de la trama en donde solo podemos sentir una insulsa pena e impresión al observar el proceso de deformación del cuerpo del científico.


La historia de amor melodramática, que pretende ser el eje del relato no logra la fuerza dramática suficiente y lo único más interesante es la tensión sostenible por el triángulo polémico que se conforma con la aparición de Jonathan en la vida del matrimonio de Hawkins y Jane. Algunas frases de grandilocuencia intelectual y emotiva rellenan el relato intentando hilvanar algunos pensamientos interesantes pero que pierde terreno al dejar de lado y no alcanzar la magnitud comprensiva del trabajo científico que hizo Stephen durante toda su vida, y lo convirtió en un reconocido personaje del conocimiento universal. Las teorías producidas a lo largo de su vida son mostradas superficialmente y superpuestas a la intención de reflejar el sufrimiento físico del científico en una incansable lucha por seguir trabajando, pero no prestando demasiada atención o seriedad en lo que pensaba acerca del enigma del universo y las discusiones cuánticas sobre los agujeros negros.
La enfermedad es la protagonista y el eje en donde gira toda la película sin abordar ningún punto específico del amor, la esperanza, el trabajo científico o la fuerza de un personaje que se pasó la vida luchando. Más bien, pareciera que el film estuviera enfocado en la pesadumbre y entereza emocional de Jane Hawkins, interpretada efectivamente por Felicity Jones, como podemos ver en la Taya que sufre el regreso psicótico de Chris Kyle en el biopic patriótico “American Sniper”.


En palabras finales, “La Teoría del Todo”, se visualiza como un filme pretencioso que no alcanza a dramatizar ninguna temática, salvo reflejar la imagen constante de una enfermedad física en la que en ello el actor supo imitar a la perfección, buscando siempre aquello que los jurados aman elegir a la hora de otorgar premios a la actuación, teniendo en cuenta que interpretar patologías es el menú preferido de los Oscar. La teoría de la nada sería el nombre perfecto.


“El Código Enigma” (The Imitation Game) es algo mejor. La historia de este “bicho raro”, protagonizada por Benedict Cumberbatch, enfoca los episodios vividos por Alan Turing, considerado uno de los pioneros en la base científica de la tecnología de la computación, en tres periodos diferentes de su vida. La estructura narrativa se divide en tres fragmentos que se trasladan en el tiempo y dialogan entre sí. Uno dedicado al pasado del científico en Cambridge. El presente y periodo protagonista del filme que registra el trabajo de Alan con el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial. Y momentos del futuro en donde se visualiza la investigación policial que lo perturba por supuestas acusaciones sobre su homosexualidad. Este tipo de formato narrativo es un tanto menos errático que “La Teoría del Todo” y no solo porque su forma construye una solidez en el relato, sino porque hace al contenido bastante preciso y claro.

La historia ahonda sobre estos tres episodios de la vida de Turing, con la intención de significar dos lecturas socio-culturales particulares como eje central. En primer lugar, los hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial se encargan de profundizar el trabajo de Alan Turing con el gobierno, en lo que sería la tarea de romper el Código Enigma. La máquina Engima, era el dispositivo de comunicaciones alemanas que mediante códigos encriptados transmitían los diferentes ataques y movimientos ofensivos hacia el frente de los Aliados. Junto a un equipo de nerds británicos, el protagonista llevara a cabo arduos sacrificios por romper el Enigma y lo que representaría una verdadera lucha del hombre contra la máquina. En esta esfera discursiva de un enfrentamiento de inteligencias, la película logra acercar al espectador la relevancia universal del conocimiento de Alan Turing y su importancia científica para el futuro. He aquí uno de los grandes logros del film: Dentro de esta atmosfera de tensión bélica alejada de los campos de batalla, vemos como en un pequeño laboratorio, en medio de múltiples sentimientos de soberbia, arrogancia, odios internos y resentimientos, se va forjando una teoría que cambiaría el mundo del siglo XX. Durante este fragmento, el director sabe narrar con ciertas dosis de tensión e intrigante atracción las problemáticas vinculadas al fenómeno del “Secreto de Estado” y la paranoia de los espías soviéticos que comenzaba a germinar como una enfermedad nacional ridícula que explotaría años después en la Guerra Fría. Tal como se refleja en el biopic de “Una Mente Brillante” , el trabajo de Turing en el gobierno es perturbado por una red de sucesos de espionaje que son colocados precisamente para romper la esfera dramática que los minutos vienen mostrando y acercarse a unos tonos de thriller policial que son bastante acertados.


Como había dicho, la película sostiene dos lecturas y una de ellas está narrada desde las oficinas de la agencia secreta británica, pero la otra se condensa en una forma narrativa peculiar desde el pasado infantil del protagonista en Cambridge. La segunda lectura se centra en la crítica social y profunda de la homosexualidad como un prejuicio y castigo institucional que el gobierno británico ha instalado desde el siglo XIX en una estúpida tradición conservadora que llego a fallos judiciales inhumanos. La famosa ley de “Indecencia” instalada en una sociedad estrictamente religiosa y asentada en las bases tradicionales del matrimonio, la familia y la heterosexualidad ha perseguido a todos aquellos que se revelaran contra estos determinismos. Es así que en el retroceso a la infancia de Turing, visualizamos la creación del vínculo afectivo con Christopher, su mejor amigo, en donde sentiría un enamoramiento profundo y los signos latentes de su homosexualidad próxima. El fragmento no busca sensibilizar o hacer de la homosexualidad un factor de “victimización”, sino que se permite navegar en una temática que repercutiría gravemente en la vida del científico, precisamente en los hechos mostrados en el otro episodio temporal y que tiene lugar en 1951, años después de la guerra.
Condenado bajo los estigmatizadores artículos de la ley de la Indecencia, el profesor Turing es obligado a someterse a una castración química que disminuya sus impulsos sexuales hacia otros hombres. En esta especie de experimento medico torturador, podemos concebir una crítica apabulladora sobre las leyes tradicionales de la sociedad inglesa. El director ajusta su foco reflexivo haciendo un análisis social del sufrimiento por el que tuvo que pasar un matemático que hasta el día de su suicidio no supo ser reconocido por su gran aporte a la comunidad científica, acentuando la irracionalidad de la lucha contra el “pecado de la homosexualidad” como si fuera una enfermedad biológica.


“¿Sabes porque el hombre recurre a la violencia? Porque nos hace sentir bien”. La genealogía del fenómeno de la violencia humana explicada en este mínimo fragmento, pone en tela de juicio las razones de la guerra y la atmosfera sórdida de los prejuicios sociales y la falta de sensibilidad de un mundo que ha marginado a un montón de “bichos raros” etiquetándolos como enfermos o sanos, de acuerdo a su inclinación sexual. En una de las escenas epilogas del film descubrimos, en esta grieta de crítica socio-cultural, la brillante performance actoral de Benedict Cumberbatch en donde descarga su furia contra el sistema injusto que lo está condenando.


La estructura narrativa goza de puntos bastantes atractivos en sus diferentes temáticas, y aunque el abordaje se hace muy abarcativo y en ciertos aspectos la historia queda estancada, podemos decir que el film dirigido por Morten Tyldum es de lo mejorcito que se ha hecho en las biopic que tenemos este año. Debo destacar la acertada e increíble adaptación de época en cuanto a los vestuarios y puesta en escena como elemento central del plano estético de la película. Seguramente en algunas categorías dedicadas a los diseños estéticos y de las formas, “El Código Enigma” pueda llevarse la tan anhelada estatuilla por la que ha recibido ocho nominaciones.



martes, 3 de febrero de 2015

El Vía Crucis...


Louis Zampiere corre incansablemente. Corre de los que los abusivos compañeros en el colegio. Corre del policía del barrio cuando lo encuentra haciendo travesuras y lo entrega a los azotes de su padre. Corre en la competencia juvenil de su pueblo. Corre en las Olimpiadas. Corre en los campos de concentración japoneses, mientras recibe duros latigazos y golpes macabros. Corre y aguanta. Lo golpean, lo muelen a palos, lo desangran y no se cae. Más incansable que inquebrantable.
La película de Angelina Jolie es una maratón interminable que parece no cansar a su protagonista pero si ahogar a sus espectadores. Esa respiración casi artificial y el aguante de aplomo de Louis Zampieri no llegan a la butaca del espectador y son muy pocos los momentos en donde cambiamos el aire y aguantamos unos minutos más y algunos unos metros más de este agotador biopic norteamericano.


El estilo biográfico y documentalista de las películas industriales de este año, trajo aparejado a la peor de ella en manos de la opera prima en dirección de la afamada Angelina Jolie. Tengo que aclarar que su primer filme goza de algunos puntos altos, aceptables y bastantes buenos desde la perspectiva estética y lo mucho que puede seguir aportándole la actriz hollywoodense a la pantalla, pero que en balance general es bastante floja y errática.

El relato gira en torno a Louis Zampieri, un atleta olímpico italo-americano que sufre los malvados episodios de la década del 40, donde la Segunda Guerra Mundial convierte su vida en un sufrimiento e incansable desafío de vida. El protagonista, interpretado por Jack O’ Connel, decide convertirse en atleta profesional asegurado por el sueño dorado de Las Olimpiadas de Tokio. La inminente invasión nazi y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le desviaran el camino de la maratón hacia las Fuerzas Armadas estadounidenses que combaten en territorio japonés.

El equipo de guionistas, en donde se destacan los hermanos Coen deciden fragmentar la dramática vida en tres partes: Un pasado juvenil mediante flashbacks que registran los momentos claves de su desarrollo deportivo y los lazos familiares, la segunda dedicada a los 45 días de naufragio en el Océano tras la caída de su avión junto a sus compañeros Phil y Mac. Y un tercer fragmento, el más enfocado por Angelina Jolie, que retrata las torturas y dolores de su pasaje por un campo de concentración, en donde enfrentara al macabro general del ejército japonés, Matsuhiro Watanabe.


En el primer fragmento con apenas dos retrocesos a la infancia y juventud de Louis, se pueden destacar la relación fraternal con Peter, en donde aprenderá a superar sus límites, fortalecer la creencia en sí mismo y elegir el atletismo como una forma de vida: “El que aguanta, gana”. Y también la educación eclesiástica propagada por un padre riguroso y estricto que fomentara su contacto con la Iglesia como punto central y uno de los más acertados al realizar la lectura del vía crucis de Zampieri. Angelina Jolie falla en no profundizar las miradas a la raíz familiar y en las decisiones que lo llevaron a enrolarse en las Fuerzas Armadas, además de caer en los estereotipos de la familia italiana.

La segunda parte tal vez lograda con más fuerza que la primera, repasa los 45 días de naufragio junto a sus compañeros. Las luchas contra el hambre, los tiburones y el miedo al desequilibrio psicológico sufren de algunos defectos al no llegar a transmitir emocionalmente ninguno de ellos. El enfrentamiento con un avión japonés, junto al peligro acuático de algunos feroces tiburones cobran ciertas dosis de tensión y suspenso bastante interesantes para esta altura del metraje.


Y por último, el fragmento en donde está puesto el énfasis de la trama: El calvario y hostigamiento que sufre el protagonista a manos del cruel ejército japonés. Aquí es donde se encuentra el estancamiento del film y donde se termina de ahogar por completo. Angelina Jolie recurre a una cámara poco estilística en cuanto a la forma y con la mala decisión del reflejo de la violencia y la morbosidad explicita. Tal cual hiciera “12 años de esclavitud” con la historia de Solomon Northup, la directora capta las imágenes más sanguinarias, haciéndose con escenas en donde los golpes copan la mayoría del metraje. El cínico general del campo de detenidos se luce por brindar gratuitamente azotes a Louis, tan solo porque lo mira a los ojos. Esto se repite unas cuentas veces más, pero con algunas rutinas de torturas distintas, como cuando una fila de soldados le destroza la cara a trompadas por enseñarle respeto.


Palazos y golpes destructivos son el condimento por excelencia en el relato y la estrategia que llevara adelante a la trama, reflejando la espalda torturada de un soldado que con mucha entereza y fuerza espiritual, no se cae y está dispuesto a no rendirse a pesar de los azotes de la dolorosa vida que le toco. La violencia no es algo que el cine no haya utilizado nunca o que no sea remunerable, pero en este caso la tortura hacia los “enemigos de Japón” son un elemento demasiado explicito que no hace más que mostrar el dolor de su víctima e incentivo para no decaer. La violencia física es tan vacía que el contenido queda perdido en escenas repetidas hasta el hartazgo pero con cicatrices diferentes en los rostros. Tal vez el enfoque hacia un mensaje de manifestación violenta subliminal expresada desde otras imágenes hubiese sido mejor opción.

He aquí el vía crucis. Esta tradición del mito y el héroe americano que se aprovecha de los hechos bélicos de Estados Unidos para justificarse muestra como un ciudadano corre toda su vida atravesando latigazos infernales a manos de crueles maniobras del destino, pero que no decae ante los malvados infortunios y se levanta entre sus compañeros con una cruz simbólica ante la mirada del torturador, para culminar su proeza y declararse invencible con un grito de liberación. Es sin duda la escena y el momento más logrado de los 137 minutos de la película que le dan total coherencia al título del film. En esta culmine imagen podemos encontrar las mejores secuencias que exprimió el fallido guion, ya que el realismo de las caras carbonizadas por el trabajo esclavo en un campo japonés son mucho mejores que los palazos en la espalda del protagonista.



Angelina Jolie es culpable de esta elección morbosa, pero igualmente se lleva algunos puntos por las partes culmines del relato en donde se puede visualizar más solidez y estética que en los anteriores minutos.  El incansable no cae y termina de vencer por encima de todo. Un mensaje esperanzador lleno de optimismo y algunas técnicas lacrimógenas con la foto familiar en suelo norteamericano redondean una película de claros signos patrióticos que realmente sorprende no ver entre las categorías más fuertes de los Oscar. La monstruosidad y las crueldades de un mundo hostil terminan mostrando la entereza de un personaje que se sale con la suya impartiendo la mirada del perdón y nunca la de la venganza. Jesús alguna vez fue así. ¿Jesús no será norteamericano?