“-Aquí nadie te
conoce, solo conoce al tipo adentro del pájaro
-Discúlpame por ser
tan popular…
-¿Popular? Te diré una
cosa. La popularidad es la prima puta del prestigio…”
Este es un pequeño fragmento del dialogo entre Riggan
(Michael Keaton) y Mike (Edward Norton), al salir de un teatro de Broadway,
después de una fallido preestreno en la obra “De que hablamos, cuando hablamos
de amor”, dirigida por Riggan. Seleccione este fragmento para analizar la
reflexión global del film en unas cuantas palabras que describen el fenómeno de
la popularidad como el mísero merecimiento que reciben aquellos que deben
conformarse por ser inferiores a los que realmente son importantes y se definen
como prestigiosos. La lucha contra el reconocimiento masivo y la posibilidad de
dejar una huella eterna en el arte al que se dedican se convierte en tema de
foco central en la película que Iñarritu llevo a la pantalla este año y que
huele a Oscar a mejor película para este domingo. Por supuesto que no es solo
esta construcción de crítica interna al show bussines de Hollywood la única
temática, pero si es las más sólida y gravitante entre los muchísimos apuntes
interesantes que se desprenden de esta verdadera obra maestra que nos trajo el
mejicano de la mítica “Amores Perros”.
Es necesario
aclarar que esta observación autocritica de la industria norteamericana se ha
convertido en una tradición cinematográfica desde hace muchos años y que ha
marcado su huella con películas como “El Crepúsculo de Dioses” (Billy
Wilder), “El desprecio” (Godard), “Barton
Fink” (hermanos Coen), la reciente “Maps to Stars” (David
Cronemberg) y sin duda la majestuosa obra de Robert Altman “Las reglas del juego”,
en donde encontraremos pequeños guiños en tono de homenaje en referencia a la
estética que Iñarritu le dio a Birdman desde la cámara.
“Birdman (o la
inesperada virtud de la ignorancia)” es la quinta película que lleva en su
carrera el mejicano Gonzales Iñarritu, que llego a los terrenos del estrellato
hollywoodense luego de haber sido el responsable, junto a su ex guionista
Arriaga, de la convulsiva trilogía de la muerte (Amores Perros, 21 Gramos y Babel) y la maravillosa “Biutiful”.
Esta vez, el cineasta latinoamericano nos trae un experimento cinematográfico
particular y ciertamente distinto a lo que nos tiene acostumbrado bajo un
estilo que supo impregnar de tonos oscuros, sombríos y que refleja en cada uno
de sus relatos las miserias humanas de una sociedad toxica. Estas dimensiones
no dejan de ser abordadas en su último film, pero las minimiza logrando
estabilizar su estilo agregándole un color humorístico de comedia negra, ironía
y una cargada sátira sociocultural de la comunidad norteamericana.
Michael Keaton, interpreta a Riggan Thomson un actor del
mainstream cinematográfico que llego a lo más alto del estrellato hollywoodense
a través de su papel como un héroe alado sacado de un comic. Luego de
protagonizar el blockbuster de Birdman desea abandonar la fama de su disfraz
para sentirse relevante nuevamente en un camino artístico diferente y demostrar
que es mucho más que un producto industrial de las franquicias de las capas y las sagas hombres superpoderosos. Su carrera
está destinada a la presentación de una obra en Broadway, adaptación de un
texto literario de Ray Carver, escritor que inspiro su comienzo en la actuación
desde pequeño.
El planteamiento de este desafío personal, es para Riggan
arriesgar todo lo que tiene y arriesgar su vida por lo que él llama
“reinventarse” para abandonar por completo la idea de solo ser un insulso
pájaro de ficción. El alter ego del ave que lo hizo mundialmente famoso lo
persigue en una especie de voz torturadora que le recuerda lo mediocre, cobarde
e insignificante que es desde que decidió abandonar los grandes estudios y dar
el salto a los escenarios de Broadway. He aquí un punto clave a analizar en la
obra de Iñarritu, y que tiene que ver con la distorsión psicológica del
protagonista que siente el peso de ser un triste individuo popular por algo que
no considera grandioso en su vida. El egocentrismo y el narcicismo
efervesciente se delinean en el personaje de Michael Keaton, que intenta construir
una imagen de sí mismo y ser significante, no solo para el público en general
sentado en una butaca, sino también a sus allegados y familiares, especialmente
para su hija Sam, que le reprocha la incapacidad de ser un padre. Todo el
relato engloba una profunda grieta sobre el individualismo y el deseo exitista
de la demostración de ser algo ante una sociedad que se ha convertido en una
maquina de miradas enjuiciadoras y críticas traducida a un fenómeno de siglo
XXI, llamado redes sociales. El fenómeno del comentario, la opinión y la
crítica de absolutamente todo es el espejo de una generación etiquetadora que
en el seno de un capitalismo salvaje y de tecnologías avasalladoras ha
transformado las relaciones humanas en una constante interacción virtual y de
habladuría incesante sobre todo aquello que los rodea, pero que pocos saben que
realmente es. Un hashtag en Twitter, un like en Facebook, un programa de TV,
las visualizaciones sobre un video de YouTube, las críticas de “expertos” en un
diario sobre alguna obra, se convirtieron en síntomas de una comunidad
obsesionada con una concepción del “comentario” que tal vez esta algo errada y
no ha sabido encontrar una observación real o precisa de le esencia de las
cosas de las que hablan.
"Una cosa es una cosa y no lo que digan de esa cosa”. Frase
que profesa en el camerino de Riggan, es un resumen claro de esta patología
sociológica del prejuicio automático. La escena del bar en donde Thomson
conversa con la crítica teatral Tabitha Dickinson es una extensión magistral de
esta temática y que pone a pensar más profundamente estos puntos desarrollados sobre
el fenómeno de la “etiqueta” y que recae específicamente en el mundo del show
mediático. Contra este mundo de prejuicios y contra su propio mundo lleno de
egoísmos es en donde lucha el personaje protagónico de Keaton. Es tal vez una
versión más moderna del existencialismo de Hamlet, en donde la presencia virtual
en cualquier plataforma on-line nos hace estar vivos o estar muertos.
“Odias los blogs, te burlas de Twitter y ni siquiera tienes una página
de Facebook. Tu eres el que no existe”
Iñarritu no conforme con esta observación acida de la
industria, apuesta por ampliar el abanico de críticas y recaer en la disputa
ideológica o simbólica entre Broadway y Hollywood. En este apartado nos
encontramos con las huellas dejadas por un montón de relatos norteamericanos
que han dado su visión en cuanto a este tema, pero que decidí acercar el
análisis a la película de los hermanos Coen: “Barton Fink”. En la obra
maestra de los hermanos, existe una suerte de inversión con los sucesos de
“Birdman”, precisamente porque el escritor protagonista se muda a los estudios
de Hollywood, tras cosechar muchísimo éxito con su obra en Broadway. Más allá
de esta diferencia, encontramos un dialogo común entre ambos films que retrata la
constante forma crítica de homogeneizar los lenguajes de las diferentes artes.
Siempre ha existido esa idea ridícula de que los espacios artísticos son
cerrados para ciertos autores y ciertos públicos.
“Odio la gente como
usted y a todos los que representa: niños soberbios, egoístas y consentidos que
creen que hacen arte entregándose premios entre ustedes sobre dibujos animados
y pornografía. Esto es el teatro y no puede venir a creer que sabe, escribir,
dirigir o actuar en una obra, sin antes pasar por mi”
He aquí una visión de la perspectiva que se tiene una
aclamada critica al referirse el prestigio y ese cierto talento real que se
percibe en el espíritu del teatro, alejado de los estereotipos mercantiles que
se producen en el cine. De esta misma forma se plantea en “Barton Fink”, cuando
el guionista reconocido en Broadway pretende llenar de poesía un film que la
productora destruye porque en Hollywood los relatos persiguen una formula
sencilla, seriada y de acción que no construya una dura filosofía o reflexión
de sentimentalismos complejos. Las luces del teatro neoyorquino siempre serán
un pedestal artístico que se contradice con las supuestas intenciones
comerciales, menores y miserables de la pantalla grande. El alter ego que
persigue a Thomson es otro ejemplo de esta comparación crítica cuando con su
voz aterradora le reprocha la actitud falsa del actor al querer intentar hacer
algo en un mundo donde no pertenece. “La gente quiere sangre, quiere acción y no
esa aburrida, habladora y depresiva filosofía de teatro”… “Que
hacemos en este hoyo de mierda con 800 butacas”.
Por último, siguiendo estas lógicas del espíritu de teatro,
decidí destacar el aspecto de la frontera entre lo real y lo ficticio sobre
un escenario. El director mejicano decide ahondar esta cuestión a través del
personaje de Mike Shinner, interpretado por Edward Norton. En una de las
mejores desempeños actorales de su carrera Norton deslumbra con una serie de
apariciones en donde su personaje conflictivo se expresa con una contradicción
interesante: Se siente verdadero en el escenario, pero es una farsa y una
ficción en el mundo de la realidad. Abrir los ojos a esta observación sobre la
cuestión de lo que es realmente verdadero y lo que realmente es ficcional.
¿Cuál es el límite entre ambos? La película demuestra que los seres humanos nos
pasamos la vida intentando construir imágenes sobre nosotros mismos,
ficcionalizando nuestra existencia como actores en un gran escenario ante los
ojos observadores del mundo. Una metáfora sobre lo que realmente somos: Actores
que creemos ser reales, inventando rostros y evitando sentir emociones virales
cuando nos chocamos con miradas ajenas: La paradoja de aparentar.
Como cierre a esta crítica, doy espacio a la explicación de
mi título, señalando que la película de Iñarritu es como Ícaro, el ave que se
caracterizó por volar tan alto que se quemó por el calor del sol. “Birdman”
vuela alto y bien alto haciendo una construcción sólida y firme desde la
estética y la estructura narrativa. La cámara que cuenta los hechos como un
“gran falso plano secuencia”, tal vez en homenaje a los minutos iniciales de la
película similar de Robert Altman, hace del mejicano un autor con muchos
recursos cinematográficos y que se interesó por apostar a una forma específica
y particular que acompaña al contenido pero que otorga una fuerza estética maravillosa,
teniendo en cuenta que esta manera de filmar con planos largos es también
alguna forma de referenciar a la dinámica escénica de las performances
teatrales que no gozan con el beneficio de pausar las cámaras cuando al
director se le antoja. Y no puedo olvidarme de dar puntos a una estructura
neo-noir que ha logrado ir transformando los géneros hasta rozar los límites
del surrealismo de Lynch combinado con un drama acido de sátira al estilo de
Billy Wilder, con tonalidades de humor negro.
La dirección del mexicano junto a su equipo de guionistas
vuela mucho más alto y se encargó de encauzar a un elenco excepcional también.
Todas las interpretaciones son escandalosamente geniales desde el gordo Galifianakis
(el de ¿Qué paso ayer?) hasta la ojuda Emma Stone, siendo redundantes en la
excelente actuación de Norton y Keaton. A prestar atención y afinar el oído en
cuanto al diseño de la banda sonora, como un particular logro de componer una batería
de jazz recurrente que no solo es estéticamente armónica, sino que le da fuerza
y avance a la historia.
Gonzales Iñarritu, junto a los guionistas Giacobbone y
Armando Bo, se han ganado las alas de la industria hollywoodense y hasta no
quemarse con el sol deben seguir planeando e imponer la fuerza latina en otras
tierras, antes de ser declarados en peligro de extinción.