jueves, 19 de febrero de 2015

Bichos raros...



Antes de comenzar con las lecturas de los dos films que nos respectan, me permitiré comenzar con una reflexión acerca de lo que tantos sitios especializados, noticieros y diferentes medios han catalogado como el “fenómeno del biopic”, en un contexto particular que incluye el periodo previo a la auto celebración del cine norteamericano, conocido como los premios Oscar. Quisiera brindar mi opinión con respecto a este fenómeno que hoy tiene cita en la privilegiada selección de “mejores películas” según el jurado , y decir algo más de este formato que tanto agrada a los miembros de la honorable Academia. De acuerdo a la sorprendente cantidad de selecciones vinculadas a este estilo biográfico, tengo que decir que ninguna está a la altura de lo que a mí respecta a una de las películas más logradas y considerada obra maestra, no solo en este género, sino en la cinefilia internacional, como lo es “La Red Social”, dirigida por David Fincher.

Tengamos en cuenta que biopic en su significado original refiere a “película (picture) de vida (bio)”, en donde las características o componentes centrales deben girar en torno al relato biográfico de un personaje en especial que pertenezca a la realidad. A diferencia de un documental, la biopic se permite la libertad de ficcionalizar los hechos y construir una trama fiel a lo que sucedió pero con ciertas licencias artísticas utilizando diferentes recursos cinematográficos ya sea desde el estilo formal, la estructura narrativa o el foco de autoría que se le dé al contenido. Por supuesto que el relato siempre debe mantenerse en la línea de lo políticamente correcto conocido como “verídico” o “basado en hechos reales”. Es así que a lo largo de toda la historia del cine se han llevado a la pantalla historias sobre vidas especiales y personas de interés popular, convirtiéndose en una tradición que muchos autores, productoras y empresas modernas han convertido ahora en un negocio rentable.

Nombraba anteriormente a la obra maestra de David Fincher, “La Red Social” para dar como ejemplo artístico, un verdadero modelo del formato biopic que no solo ha respetado todos sus componentes, sino que es una película clave que debe estar en cualquier lista de cinéfilo y público en general. La vida centrada en el creador de Facebook, Mark Zuckerberg, supo equilibrar un relato de vida, con ciertos elementos ficcionales, pero enfocados en narrar una historia atrapante que no busca el golpe bajo, la emoción melodramática y las granadas lacrimógenas a las que se  acostumbraron a estereotipar los estudios de Hollywood a la hora de realizar un biopic rentable. David Fincher, es un cineasta que no solo supo darle su perspectiva personal, sino que respeto la estructura biográfica e hizo un film de guion sólido, de apabullantes interpretaciones y múltiples premios que gano merecidamente,  y en los que por supuesto el que mas triunfo fue el séptimo arte.
En ninguna de las películas seleccionadas este año se puede visualizar una esencia artística semejante a la obra de Fincher, y ni siquiera cerca de algún punto alto por lo menos desde lo estético. Sin duda alguna, en mi opinión las mejores obras de este año han sido realizadas desde la ficción (BoyHood, Gran Hotel Budapest, Birdman y Whiplash).


Finalizado mi comentario sobre el fenómeno biopic, seguiré con las respectivas criticas del “Código Enigma” y “La Teoría del Todo” (si, si un 2x1).
Inglaterra. Films norteamericanos con acento británico. Universidad de Cambridge. Dos genios del campo científico que cambiaron el mundo. Uno más contemporáneo que otro, pero al fin dos vidas cruzadas por el conocimiento universal y mentes brillantes que revolucionaron el siglo XXI. Alan Turing por un lado, y Stephen Hawkins por otro. Dos “bichos raros”. Dos biopics diferentes, pero con una esencia compartida entre ambas: El constante estilo errático de construcción narrativa.
Y para cerrar con otro dato de color a esta introducción, es necesario decir que no fue casualidad que la cartelera del cine comercial nacional, trajera estas dos películas el mismo día de estreno. Una sala proyectaba “El Código Enigma”, mientras que a unos metros en el mismo cine, simultáneamente pasaban “La Teoría del Todo”. Por supuesto que esta maniobra comercial que tal vez fue pensada para atrapar el atractivo del público hacia estos relatos de vida, no tiene nada que ver con lo puramente artístico que refiere a cada uno de los films.


Comenzando con la primera que vi, “La Teoría del Todo”, puedo afirmar que es la peor de las dos. La película sufre de un foco central y a pesar de que encontramos buenos puntos en las interpretaciones, la trama es debilitada por un guion que no sabe precisamente a donde apuntar. Pareciera que la película es solo la lectura de la historia clínica de Stephen Hawkins, porque el progreso fílmico parece solo tomar fuerza y avanzar cuando la cámara se detiene en registrar los diferentes ataques físicos de la degeneración muscular que sufre el científico a partir de una enfermedad grave y que lo ha postrado en una silla, llegando a perder la capacidad comunicativa oral y ser remplazado por una computadora que transmite sus pensamientos. El director se encargó de retratar primeros planos y acercamientos profundos a la imitación perfecta de la enfermedad mental del protagonista, a través de una ejecución interpretativa excelente por parte de Eddy Redmayne. La película abandona la narrativa de la trama en donde solo podemos sentir una insulsa pena e impresión al observar el proceso de deformación del cuerpo del científico.


La historia de amor melodramática, que pretende ser el eje del relato no logra la fuerza dramática suficiente y lo único más interesante es la tensión sostenible por el triángulo polémico que se conforma con la aparición de Jonathan en la vida del matrimonio de Hawkins y Jane. Algunas frases de grandilocuencia intelectual y emotiva rellenan el relato intentando hilvanar algunos pensamientos interesantes pero que pierde terreno al dejar de lado y no alcanzar la magnitud comprensiva del trabajo científico que hizo Stephen durante toda su vida, y lo convirtió en un reconocido personaje del conocimiento universal. Las teorías producidas a lo largo de su vida son mostradas superficialmente y superpuestas a la intención de reflejar el sufrimiento físico del científico en una incansable lucha por seguir trabajando, pero no prestando demasiada atención o seriedad en lo que pensaba acerca del enigma del universo y las discusiones cuánticas sobre los agujeros negros.
La enfermedad es la protagonista y el eje en donde gira toda la película sin abordar ningún punto específico del amor, la esperanza, el trabajo científico o la fuerza de un personaje que se pasó la vida luchando. Más bien, pareciera que el film estuviera enfocado en la pesadumbre y entereza emocional de Jane Hawkins, interpretada efectivamente por Felicity Jones, como podemos ver en la Taya que sufre el regreso psicótico de Chris Kyle en el biopic patriótico “American Sniper”.


En palabras finales, “La Teoría del Todo”, se visualiza como un filme pretencioso que no alcanza a dramatizar ninguna temática, salvo reflejar la imagen constante de una enfermedad física en la que en ello el actor supo imitar a la perfección, buscando siempre aquello que los jurados aman elegir a la hora de otorgar premios a la actuación, teniendo en cuenta que interpretar patologías es el menú preferido de los Oscar. La teoría de la nada sería el nombre perfecto.


“El Código Enigma” (The Imitation Game) es algo mejor. La historia de este “bicho raro”, protagonizada por Benedict Cumberbatch, enfoca los episodios vividos por Alan Turing, considerado uno de los pioneros en la base científica de la tecnología de la computación, en tres periodos diferentes de su vida. La estructura narrativa se divide en tres fragmentos que se trasladan en el tiempo y dialogan entre sí. Uno dedicado al pasado del científico en Cambridge. El presente y periodo protagonista del filme que registra el trabajo de Alan con el gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial. Y momentos del futuro en donde se visualiza la investigación policial que lo perturba por supuestas acusaciones sobre su homosexualidad. Este tipo de formato narrativo es un tanto menos errático que “La Teoría del Todo” y no solo porque su forma construye una solidez en el relato, sino porque hace al contenido bastante preciso y claro.

La historia ahonda sobre estos tres episodios de la vida de Turing, con la intención de significar dos lecturas socio-culturales particulares como eje central. En primer lugar, los hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial se encargan de profundizar el trabajo de Alan Turing con el gobierno, en lo que sería la tarea de romper el Código Enigma. La máquina Engima, era el dispositivo de comunicaciones alemanas que mediante códigos encriptados transmitían los diferentes ataques y movimientos ofensivos hacia el frente de los Aliados. Junto a un equipo de nerds británicos, el protagonista llevara a cabo arduos sacrificios por romper el Enigma y lo que representaría una verdadera lucha del hombre contra la máquina. En esta esfera discursiva de un enfrentamiento de inteligencias, la película logra acercar al espectador la relevancia universal del conocimiento de Alan Turing y su importancia científica para el futuro. He aquí uno de los grandes logros del film: Dentro de esta atmosfera de tensión bélica alejada de los campos de batalla, vemos como en un pequeño laboratorio, en medio de múltiples sentimientos de soberbia, arrogancia, odios internos y resentimientos, se va forjando una teoría que cambiaría el mundo del siglo XX. Durante este fragmento, el director sabe narrar con ciertas dosis de tensión e intrigante atracción las problemáticas vinculadas al fenómeno del “Secreto de Estado” y la paranoia de los espías soviéticos que comenzaba a germinar como una enfermedad nacional ridícula que explotaría años después en la Guerra Fría. Tal como se refleja en el biopic de “Una Mente Brillante” , el trabajo de Turing en el gobierno es perturbado por una red de sucesos de espionaje que son colocados precisamente para romper la esfera dramática que los minutos vienen mostrando y acercarse a unos tonos de thriller policial que son bastante acertados.


Como había dicho, la película sostiene dos lecturas y una de ellas está narrada desde las oficinas de la agencia secreta británica, pero la otra se condensa en una forma narrativa peculiar desde el pasado infantil del protagonista en Cambridge. La segunda lectura se centra en la crítica social y profunda de la homosexualidad como un prejuicio y castigo institucional que el gobierno británico ha instalado desde el siglo XIX en una estúpida tradición conservadora que llego a fallos judiciales inhumanos. La famosa ley de “Indecencia” instalada en una sociedad estrictamente religiosa y asentada en las bases tradicionales del matrimonio, la familia y la heterosexualidad ha perseguido a todos aquellos que se revelaran contra estos determinismos. Es así que en el retroceso a la infancia de Turing, visualizamos la creación del vínculo afectivo con Christopher, su mejor amigo, en donde sentiría un enamoramiento profundo y los signos latentes de su homosexualidad próxima. El fragmento no busca sensibilizar o hacer de la homosexualidad un factor de “victimización”, sino que se permite navegar en una temática que repercutiría gravemente en la vida del científico, precisamente en los hechos mostrados en el otro episodio temporal y que tiene lugar en 1951, años después de la guerra.
Condenado bajo los estigmatizadores artículos de la ley de la Indecencia, el profesor Turing es obligado a someterse a una castración química que disminuya sus impulsos sexuales hacia otros hombres. En esta especie de experimento medico torturador, podemos concebir una crítica apabulladora sobre las leyes tradicionales de la sociedad inglesa. El director ajusta su foco reflexivo haciendo un análisis social del sufrimiento por el que tuvo que pasar un matemático que hasta el día de su suicidio no supo ser reconocido por su gran aporte a la comunidad científica, acentuando la irracionalidad de la lucha contra el “pecado de la homosexualidad” como si fuera una enfermedad biológica.


“¿Sabes porque el hombre recurre a la violencia? Porque nos hace sentir bien”. La genealogía del fenómeno de la violencia humana explicada en este mínimo fragmento, pone en tela de juicio las razones de la guerra y la atmosfera sórdida de los prejuicios sociales y la falta de sensibilidad de un mundo que ha marginado a un montón de “bichos raros” etiquetándolos como enfermos o sanos, de acuerdo a su inclinación sexual. En una de las escenas epilogas del film descubrimos, en esta grieta de crítica socio-cultural, la brillante performance actoral de Benedict Cumberbatch en donde descarga su furia contra el sistema injusto que lo está condenando.


La estructura narrativa goza de puntos bastantes atractivos en sus diferentes temáticas, y aunque el abordaje se hace muy abarcativo y en ciertos aspectos la historia queda estancada, podemos decir que el film dirigido por Morten Tyldum es de lo mejorcito que se ha hecho en las biopic que tenemos este año. Debo destacar la acertada e increíble adaptación de época en cuanto a los vestuarios y puesta en escena como elemento central del plano estético de la película. Seguramente en algunas categorías dedicadas a los diseños estéticos y de las formas, “El Código Enigma” pueda llevarse la tan anhelada estatuilla por la que ha recibido ocho nominaciones.



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