Louis Zampiere corre incansablemente. Corre de los que los
abusivos compañeros en el colegio. Corre del policía del barrio cuando lo
encuentra haciendo travesuras y lo entrega a los azotes de su padre. Corre en
la competencia juvenil de su pueblo. Corre en las Olimpiadas. Corre en los
campos de concentración japoneses, mientras recibe duros latigazos y golpes
macabros. Corre y aguanta. Lo golpean, lo muelen a palos, lo desangran y no se
cae. Más incansable que inquebrantable.
La película de Angelina Jolie es una maratón interminable
que parece no cansar a su protagonista pero si ahogar a sus espectadores. Esa
respiración casi artificial y el aguante de aplomo de Louis Zampieri no llegan
a la butaca del espectador y son muy pocos los momentos en donde cambiamos el
aire y aguantamos unos minutos más y algunos unos metros más de este agotador
biopic norteamericano.
El estilo biográfico y documentalista de las películas
industriales de este año, trajo aparejado a la peor de ella en manos de la
opera prima en dirección de la afamada Angelina Jolie. Tengo que aclarar que su
primer filme goza de algunos puntos altos, aceptables y bastantes buenos desde
la perspectiva estética y lo mucho que puede seguir aportándole la actriz
hollywoodense a la pantalla, pero que en balance general es bastante floja y
errática.
El relato gira en torno a Louis Zampieri, un atleta olímpico
italo-americano que sufre los malvados episodios de la década del 40, donde la
Segunda Guerra Mundial convierte su vida en un sufrimiento e incansable desafío
de vida. El protagonista, interpretado por Jack O’ Connel, decide convertirse
en atleta profesional asegurado por el sueño dorado de Las Olimpiadas de Tokio.
La inminente invasión nazi y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le
desviaran el camino de la maratón hacia las Fuerzas Armadas estadounidenses que
combaten en territorio japonés.
El equipo de guionistas, en donde se destacan los hermanos
Coen deciden fragmentar la dramática vida en tres partes: Un pasado juvenil
mediante flashbacks que registran los momentos claves de su desarrollo deportivo
y los lazos familiares, la segunda dedicada a los 45 días de naufragio en el
Océano tras la caída de su avión junto a sus compañeros Phil y Mac. Y un tercer
fragmento, el más enfocado por Angelina Jolie, que retrata las torturas y
dolores de su pasaje por un campo de concentración, en donde enfrentara al
macabro general del ejército japonés, Matsuhiro Watanabe.
En el primer fragmento con apenas dos retrocesos a la
infancia y juventud de Louis, se pueden destacar la relación fraternal con
Peter, en donde aprenderá a superar sus límites, fortalecer la creencia en sí
mismo y elegir el atletismo como una forma de vida: “El que aguanta, gana”. Y
también la educación eclesiástica propagada por un padre riguroso y estricto
que fomentara su contacto con la Iglesia como punto central y uno de los más
acertados al realizar la lectura del vía crucis de Zampieri. Angelina Jolie
falla en no profundizar las miradas a la raíz familiar y en las decisiones que
lo llevaron a enrolarse en las Fuerzas Armadas, además de caer en los
estereotipos de la familia italiana.
La segunda parte tal vez lograda con más fuerza que la
primera, repasa los 45 días de naufragio junto a sus compañeros. Las luchas
contra el hambre, los tiburones y el miedo al desequilibrio psicológico sufren
de algunos defectos al no llegar a transmitir emocionalmente ninguno de ellos.
El enfrentamiento con un avión japonés, junto al peligro acuático de algunos
feroces tiburones cobran ciertas dosis de tensión y suspenso bastante
interesantes para esta altura del metraje.
Y por último, el fragmento en donde está puesto el énfasis
de la trama: El calvario y hostigamiento que sufre el protagonista a manos del
cruel ejército japonés. Aquí es donde se encuentra el estancamiento del film y
donde se termina de ahogar por completo. Angelina Jolie recurre a una cámara
poco estilística en cuanto a la forma y con la mala decisión del reflejo de la
violencia y la morbosidad explicita. Tal cual hiciera “12 años de esclavitud”
con la historia de Solomon Northup, la directora capta las imágenes más
sanguinarias, haciéndose con escenas en donde los golpes copan la mayoría del
metraje. El cínico general del campo de detenidos se luce por brindar
gratuitamente azotes a Louis, tan solo porque lo mira a los ojos. Esto se
repite unas cuentas veces más, pero con algunas rutinas de torturas distintas,
como cuando una fila de soldados le destroza la cara a trompadas por enseñarle
respeto.
Palazos y golpes destructivos son el condimento por
excelencia en el relato y la estrategia que llevara adelante a la trama,
reflejando la espalda torturada de un soldado que con mucha entereza y fuerza
espiritual, no se cae y está dispuesto a no rendirse a pesar de los azotes de
la dolorosa vida que le toco. La violencia no es algo que el cine no haya
utilizado nunca o que no sea remunerable, pero en este caso la tortura hacia
los “enemigos de Japón” son un elemento demasiado explicito que no hace más que
mostrar el dolor de su víctima e incentivo para no decaer. La violencia física
es tan vacía que el contenido queda perdido en escenas repetidas hasta el
hartazgo pero con cicatrices diferentes en los rostros. Tal vez el enfoque
hacia un mensaje de manifestación violenta subliminal expresada desde otras
imágenes hubiese sido mejor opción.
He aquí el vía crucis. Esta tradición del mito y el héroe
americano que se aprovecha de los hechos bélicos de Estados Unidos para
justificarse muestra como un ciudadano corre toda su vida atravesando latigazos
infernales a manos de crueles maniobras del destino, pero que no decae ante los
malvados infortunios y se levanta entre sus compañeros con una cruz simbólica
ante la mirada del torturador, para culminar su proeza y declararse invencible
con un grito de liberación. Es sin duda la escena y el momento más logrado de
los 137 minutos de la película que le dan total coherencia al título del film. En
esta culmine imagen podemos encontrar las mejores secuencias que exprimió el
fallido guion, ya que el realismo de las caras carbonizadas por el trabajo
esclavo en un campo japonés son mucho mejores que los palazos en la espalda del
protagonista.
Angelina Jolie es culpable de esta elección morbosa, pero
igualmente se lleva algunos puntos por las partes culmines del relato en donde
se puede visualizar más solidez y estética que en los anteriores minutos. El incansable no cae y termina de vencer por
encima de todo. Un mensaje esperanzador lleno de optimismo y algunas técnicas
lacrimógenas con la foto familiar en suelo norteamericano redondean una película
de claros signos patrióticos que realmente sorprende no ver entre las
categorías más fuertes de los Oscar. La monstruosidad y las crueldades de un
mundo hostil terminan mostrando la entereza de un personaje que se sale con la
suya impartiendo la mirada del perdón y nunca la de la venganza. Jesús alguna
vez fue así. ¿Jesús no será norteamericano?
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