martes, 3 de febrero de 2015

El Vía Crucis...


Louis Zampiere corre incansablemente. Corre de los que los abusivos compañeros en el colegio. Corre del policía del barrio cuando lo encuentra haciendo travesuras y lo entrega a los azotes de su padre. Corre en la competencia juvenil de su pueblo. Corre en las Olimpiadas. Corre en los campos de concentración japoneses, mientras recibe duros latigazos y golpes macabros. Corre y aguanta. Lo golpean, lo muelen a palos, lo desangran y no se cae. Más incansable que inquebrantable.
La película de Angelina Jolie es una maratón interminable que parece no cansar a su protagonista pero si ahogar a sus espectadores. Esa respiración casi artificial y el aguante de aplomo de Louis Zampieri no llegan a la butaca del espectador y son muy pocos los momentos en donde cambiamos el aire y aguantamos unos minutos más y algunos unos metros más de este agotador biopic norteamericano.


El estilo biográfico y documentalista de las películas industriales de este año, trajo aparejado a la peor de ella en manos de la opera prima en dirección de la afamada Angelina Jolie. Tengo que aclarar que su primer filme goza de algunos puntos altos, aceptables y bastantes buenos desde la perspectiva estética y lo mucho que puede seguir aportándole la actriz hollywoodense a la pantalla, pero que en balance general es bastante floja y errática.

El relato gira en torno a Louis Zampieri, un atleta olímpico italo-americano que sufre los malvados episodios de la década del 40, donde la Segunda Guerra Mundial convierte su vida en un sufrimiento e incansable desafío de vida. El protagonista, interpretado por Jack O’ Connel, decide convertirse en atleta profesional asegurado por el sueño dorado de Las Olimpiadas de Tokio. La inminente invasión nazi y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le desviaran el camino de la maratón hacia las Fuerzas Armadas estadounidenses que combaten en territorio japonés.

El equipo de guionistas, en donde se destacan los hermanos Coen deciden fragmentar la dramática vida en tres partes: Un pasado juvenil mediante flashbacks que registran los momentos claves de su desarrollo deportivo y los lazos familiares, la segunda dedicada a los 45 días de naufragio en el Océano tras la caída de su avión junto a sus compañeros Phil y Mac. Y un tercer fragmento, el más enfocado por Angelina Jolie, que retrata las torturas y dolores de su pasaje por un campo de concentración, en donde enfrentara al macabro general del ejército japonés, Matsuhiro Watanabe.


En el primer fragmento con apenas dos retrocesos a la infancia y juventud de Louis, se pueden destacar la relación fraternal con Peter, en donde aprenderá a superar sus límites, fortalecer la creencia en sí mismo y elegir el atletismo como una forma de vida: “El que aguanta, gana”. Y también la educación eclesiástica propagada por un padre riguroso y estricto que fomentara su contacto con la Iglesia como punto central y uno de los más acertados al realizar la lectura del vía crucis de Zampieri. Angelina Jolie falla en no profundizar las miradas a la raíz familiar y en las decisiones que lo llevaron a enrolarse en las Fuerzas Armadas, además de caer en los estereotipos de la familia italiana.

La segunda parte tal vez lograda con más fuerza que la primera, repasa los 45 días de naufragio junto a sus compañeros. Las luchas contra el hambre, los tiburones y el miedo al desequilibrio psicológico sufren de algunos defectos al no llegar a transmitir emocionalmente ninguno de ellos. El enfrentamiento con un avión japonés, junto al peligro acuático de algunos feroces tiburones cobran ciertas dosis de tensión y suspenso bastante interesantes para esta altura del metraje.


Y por último, el fragmento en donde está puesto el énfasis de la trama: El calvario y hostigamiento que sufre el protagonista a manos del cruel ejército japonés. Aquí es donde se encuentra el estancamiento del film y donde se termina de ahogar por completo. Angelina Jolie recurre a una cámara poco estilística en cuanto a la forma y con la mala decisión del reflejo de la violencia y la morbosidad explicita. Tal cual hiciera “12 años de esclavitud” con la historia de Solomon Northup, la directora capta las imágenes más sanguinarias, haciéndose con escenas en donde los golpes copan la mayoría del metraje. El cínico general del campo de detenidos se luce por brindar gratuitamente azotes a Louis, tan solo porque lo mira a los ojos. Esto se repite unas cuentas veces más, pero con algunas rutinas de torturas distintas, como cuando una fila de soldados le destroza la cara a trompadas por enseñarle respeto.


Palazos y golpes destructivos son el condimento por excelencia en el relato y la estrategia que llevara adelante a la trama, reflejando la espalda torturada de un soldado que con mucha entereza y fuerza espiritual, no se cae y está dispuesto a no rendirse a pesar de los azotes de la dolorosa vida que le toco. La violencia no es algo que el cine no haya utilizado nunca o que no sea remunerable, pero en este caso la tortura hacia los “enemigos de Japón” son un elemento demasiado explicito que no hace más que mostrar el dolor de su víctima e incentivo para no decaer. La violencia física es tan vacía que el contenido queda perdido en escenas repetidas hasta el hartazgo pero con cicatrices diferentes en los rostros. Tal vez el enfoque hacia un mensaje de manifestación violenta subliminal expresada desde otras imágenes hubiese sido mejor opción.

He aquí el vía crucis. Esta tradición del mito y el héroe americano que se aprovecha de los hechos bélicos de Estados Unidos para justificarse muestra como un ciudadano corre toda su vida atravesando latigazos infernales a manos de crueles maniobras del destino, pero que no decae ante los malvados infortunios y se levanta entre sus compañeros con una cruz simbólica ante la mirada del torturador, para culminar su proeza y declararse invencible con un grito de liberación. Es sin duda la escena y el momento más logrado de los 137 minutos de la película que le dan total coherencia al título del film. En esta culmine imagen podemos encontrar las mejores secuencias que exprimió el fallido guion, ya que el realismo de las caras carbonizadas por el trabajo esclavo en un campo japonés son mucho mejores que los palazos en la espalda del protagonista.



Angelina Jolie es culpable de esta elección morbosa, pero igualmente se lleva algunos puntos por las partes culmines del relato en donde se puede visualizar más solidez y estética que en los anteriores minutos.  El incansable no cae y termina de vencer por encima de todo. Un mensaje esperanzador lleno de optimismo y algunas técnicas lacrimógenas con la foto familiar en suelo norteamericano redondean una película de claros signos patrióticos que realmente sorprende no ver entre las categorías más fuertes de los Oscar. La monstruosidad y las crueldades de un mundo hostil terminan mostrando la entereza de un personaje que se sale con la suya impartiendo la mirada del perdón y nunca la de la venganza. Jesús alguna vez fue así. ¿Jesús no será norteamericano?


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