Hermogenes Saldivia (Joaquín Furriel) se encuentra en la
carnicería cuando llega la clienta. Su encargado (interpretado por German De
Silva) la atiende amablemente y parece conocerla. La señora le pide un corte de
carne específico que observa en el mostrador y que parece estar en buen estado.
Efectivamente la mercadería que llego esa mañana es exhibida en el mostrador, y
cuando el carnicero la saca para pasarla por la moledora de carne, a través de
la complicidad de la cámara que sigue las manos tramposas del vendedor,
observamos en realidad que ese corte es reemplazado por uno en mal estado y
pasado de días que no había logrado venderse a tiempo y ahora es cambiado por
el que está en buenas condiciones. En esa transición traicionera por la parte
oculta del mostrador, la clienta puede ver que la carne (que supuestamente
eligió) es molida delante de sus ojos (ajustado a la normas de correcta
salubridad que debe tener una carnicería), no emite queja alguna, paga y se
retira contenta. El carnicero felicita a Hermogenes por entender rápido la
maniobra miserable de su jefe y proceder a moler la carne en mal estado que le
había pasado en lugar de la otra. Lo que no vemos detrás del mostrador es la
síntesis del ridículo pensamiento argentino que siempre ha sido defendido bajo
la tradición de “LA VIVEZA CRIOLLA”.
Con ese nivel de crudeza y visceralidad se tiñe la atmosfera
diegetica de la nueva película protagonizada por el galancito Joaquín Furriel.
Sebastian Schindel se pone a la cabeza de esta película, basada en el libro
homónimo de Elias Neuman, que retrata los hechos trágicos del crimen de un
explotado trabajador que se pasa los días condenado a un calvario incesante,
producto de la opresión y aprovechamiento de la clase trabajadora que sufre de
la patología colonial que desangro a Latinoamerica y que ahora se remodernizo
en algo llamado: Esclavismo en pleno siglo XXI. El film se centra precisamente
en Hermogenes Saldivar, un santiagueño analfabeto con algunos problemas físicos
que se encuentra con la necesidad de trabajar en una carnicería de Buenos
Aires. Allí establece relación laboral con el señor Latuada, su patrón, que lo
hará encargado de una de sus carnicerías y someterá a una serie de injusticias
laborales, sumado a las infrahumanas condiciones de vida con las que somete a
él y su mujer (Monica Lairana). La trama precisamente delineada por su
director, se divide en dos y podemos visibilizar simultáneamente el proceso
judicial al que es sometido el protagonista y llevado a cabo por el abogado que
le ofrece defensa, interpretado por Guillermo Pfening.
En “Patrón, radiografía de un crimen” podemos visualizar en varias escenas como el
personaje de Hermogenes Saldivia es “instruido”, por un experimentado
trabajador del oficio, en el arte de la venta de carne en mal estado, con un
sinfín de trucos inmorales e insanos que engañan a las clientes creídos de la
buena apariencia de la mercadería que se expone en vidriera. Sebastián
Schindel, reconocido principalmente por un amplio bagaje en el trabajo
documentalista, ubica certeramente la cámara en aquellos lugares por detrás del
mostrador, en donde el “show de la viveza inhumana” sucede. Es así que podemos
observar la esencia visual de la crudeza, miseria e hipocresía del ser humano
en unas cuantas imágenes, donde el personaje de Furriel se encuentra
manipulando y maquillando esa mercadería para que aparente un agradable color
ante la mirada de los clientes. Las escenas breves en el frigorífico del local,
en donde vemos a Hermogenes cortar la carne e intentando esquivar el asqueroso
olor que emana la descompuesta mercadería es un pequeño retrato oscuro y
revelador de aquella categoría social que la comunidad argentina heredo de su
pasado gaucho y que es común escucharla con la frase “tenes que ser más vivo”.
Les propongo que antes de repasar algunos puntos vinculados
a la estética, trama y demás aspectos puros del contenido de la película,
pensemos juntos esta perspectiva que me quedo del llamado fenómeno de la
“viveza” y me gustaría poder compartir.
El mostrador de la carnicería con su brillante vidriera, representa en si una
especie de barrera sociológica que separa “los vivos” de “los pichones”. He
aquí una metáfora simbólica e imagen
fiel de la sociedad en la que vivimos (y convivimos). Sin ánimos de aludirle intencionalidad
de expresar este mensaje particular al director, tengo que decir que la
película en cierta forma dispara una reflexión interesante sobre las distintas
artimañas y engaños cobardes a los que nos acostumbramos a naturalizar y
tristemente celebrar con el objetivo de aventajar al otro, o más bien “cagarlo”,
como se dice en lenguaje criollo. Las imágenes repetidas sobre este fenómeno en
la carnicería, no encierra el repertorio de chabacanerías de “viveza” en este
humilde oficio, sino que se extrapola a todo tipo de actividad, conducta y
personalidad, que sabemos que existe pero que no hacemos nada para cambiarla,
sino que la incentivamos aun más. La honestidad, la moral, la ética y los
principios o valores correctos/buenos que deben guiar nuestro espíritu humano
vendrían a ser toda la apariencia que se vende por detrás del mostrador, pero
que es una ilusión de vidriera porque lo que realmente recibimos es la
moralidad podrida de seres humanos miserables que nos victimizan como
“pichones” y se glorifican entre ellos como “vivos”. Paradoja interesante para
pensar y realizar la autocrítica en situaciones actuales, en donde parecemos
destinados a naturalizar este tipo de actos “vivos” como la corrupción
política, los sobornos a autoridades, los curros, el engaño austero, la
confianza del boludo y la inocencia de algunos que son el blanco fácil de los
artistas de la mentira y la ficción barata. Sobrevivir a costa del otro y
pisando cabezas ha sido el principio moral que ha regido en nuestro país y se
ha instalado en nuestra genética. Es necesario pensar en esto y luchar por
cambiar a nuestras generaciones futuras y comenzar a ver si en eso de
transformar nuestra realidad podemos ser un poco “más vivos”.
En otra de las ideas interesantes a analizar podemos
situarnos en la mirada documentalista y de realismo que nos ofrece el director.
Como dije anteriormente, Schindel experimentado en el campo del documental ha
abordado este proyecto de ficción aplicando efectivamente mucho de los
elementos narrativos que definen a un documental. Pero que básicamente voy a
destacar la idea de extremo realismo y la intención de retratar una historia
verídica sin acudir a artificios exuberantes. Con esto quiero apelar al registro
de cámara sin demasiados cortes de planos y centrado en la fuerza del dialogo y
la imagen, acompañados por una composición interpretativa asombrosa que incluye
la excepcional caracterización de Joaquín Furriel, Luis Ziembrowsky y Monica
Lairina. Sumar también a esta estética realista, la filmación sin decorado
alguno y en los lugares donde sucedieron verídicamente los hechos, adaptando
situaciones por supuesto al lenguaje cinematográfico. Esta matriz narrativa
implementada desde la forma de filmar la historia, llega al espectador con la
fuerza y el compromiso de un autor que pretende problematizar la realidad y
analizar profundamente las heridas abiertas de este conflicto que es la
explotación laboral. Tomando tal vez el modelo de realismo de los hermanos
Dardenne y su última película “Dos días, una noche” en donde el
argumento de la órbita laboral y las opresiones de superiores también se pone
en pantalla como tela de juicio, Sebastian Shindel logra darle presencia, voz,
imagen y peso a una clase social sufrida por las apuñaladas de un sistema que
no pueden controlar y se los devora. Quiero
agregar en este apartado e ilustrar la idea con las escenas en donde la cámara
nos invita a observar con cierto asco y repulsión, los momentos donde el
cuchillo atraviesa la carne en descomposición y nos permite recibir el impacto
sintético del film en esa simple imagen: La miseria humana está allí impregnada
en el olor y el color de la descomposición del alimento más popular en
Argentina.
Con respecto a la subtrama que se despega de los hechos que
van llevando al trágico suceso criminal y el infierno de Hermogenes Saldivar en
la Carnicería, observamos simultáneamente en un espacio temporal que vendría a
funcionar como el presente, el proceso judicial al que es llevado Hermogenes y
que está protagonizado por un abogado cínico y frio al principio, que comienza
a “humanizarse” luego de acercarse cada vez más a la realidad del caso. Es tal
vez estos episodios los más superficiales comparados a las imágenes que
representan la temática central del film vinculada a la explotación, pero
igualmente podemos reflexionar sobre los laberintos burocráticos, inhumanos y
desalmados que tiene el sistema judicial. No es algo sumamente original exponer
este aspecto en películas argentinas pero si me gustaría acentuar un concepto
que me quedo grabado al analizar esta subtrama que propone la película. Tiene
que ver con la violencia institucional a la que el sistema judicial se ha
encargado de perfeccionar y encuadrar en marcos normativos constitucionales y
donde el desamparo a la víctima ha revertido el principio fundamental de los
acusados: Uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario y no al revés.
Hay una escena en particular donde el personaje interpretado por Pfening llega
a la cárcel para explicarle bajo el enredado discurso frígido de lenguaje
penalista cuales son las condiciones a las que está sometido hasta el momento
el acusado. Este fragmento me remitió a la abrumadora obra rusa nominada a los
Oscars “Leviathan” en donde el aparato burocrático judicial refleja la
inferioridad de las clases trabajadoras y el poder aplastante de las altas
esferas políticas. En una de las escenas iniciales del film ruso, escuchamos la
voz fría y desalmada de una oradora que repasa el veredicto final del juzgado
que ha fallado a favor del Estado y procede a estigmatizar al protagonista con
un discurso dominado por un lenguaje duro, formal y repleto de tecnicismos
ridículos que no hacen más que abordar la crudeza de un sistema que se ha
forjado sobre mecanismos frívolos y maquiavélicos, sin el más mínimo sentido de
los sentimientos humanos. Es así que en “El Patrón, radiografía de un crimen”
no solo vemos a Hermogenes como un trabajador torturado por una cruel patronal,
sino también absorbido por la ejecución violenta de las instituciones del
Estado y jueces que han sido responsables también de su exclusión social y
marginado por un título en su documento que dice “Inapto”.
Voy a permitirme destacar la impresionante labor del
protagonista, Joaquín Furriel. En una composición inédita y alejada de los
personajes facheros que sus ojos azules han sabido enamorar, interpretando con
un acento santiagueño preciso a una víctima de este sistema torturador y poder
sentir en su rostro de mudas reacciones los golpes que le ha dado la vida. Tal
vez la elección de esta figura reconocida en el ambiente televisivo y
cinematográfico sea el único elemento de matiz artificial que ha seleccionado
el director, y que definitivamente apunta a la estrategia de darle comercialización
a la película, por lo que felicito su certera decisión y extender mis aplausos
a la jugadisima construcción interpretativa que logro Furriel, en un magnifico
despliegue de principio a fin.
Por ultimo decir que la obra de Sebastián Schindel es una de
las películas nacionales más sólidas y convincentes de lo que va del año y que
sin duda hay que observar y sentarse a pensar sobre sus reflexiones. El cine
argentino, necesita de la vitalidad y la sangre de autores que están
comprometidos con la realidad social y política, además de contribuir a la
construcción de una estética cinematográfica independiente. “El
Patrón, radiografía de un crimen” es la película ideal que debemos
pensar y debatir, principalmente para discutir sobre qué lado del mostrador
queremos estar y decidir nosotros que carne pretendemos vender. Es excelente
como para charlarla en la mesa de domingo después del asadito, o antes cuando
estén a punto de comprar la carne.
"LA VIDA ES UN DESTINO A CUMPLIR"...
-PELIPENSAMIENTO
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