Los
hermanos Coen vuelven al ruedo y esta vez mostrando un costado diferente en sus
historias: La música. Narran la desdichada historia de un cantante de folk que
vaga por las calles de Nueva York, tratando de encontrarle un sentido a su vida
Si hablamos
de cine de autor, hablamos de la dupla de directores más reconocida por
pertenecer a esa línea de cineastas modernos. Los hermanos Coen, se han ubicado
en el palco artístico de Hollywood merecidamente, con una vasta filmografía que
no solo justifica su prestigio, sino que brilla en el firmamento cinéfilo,
basado en la construcción de un estilo particular. Para aquellos que no saben o tienen poca
referencia con respecto a los directores Joel David Coen y Ethan Jesse Coen,
hay que aclarar que hablamos de dos genios del cine independiente moderno. El
trabajo de los hermanos Coen, desde sus inicios han acarreado con aplausos y
éxitos la mayoría de sus películas, logrando cuatro veces el Oscar. La autoría
como firma, ha traído a pantalla la marca del cine negro combinado con los
western y la comedia, en donde se han glorificado con películas como “El Gran
Lewobski” (la mejor sin dudas), “Sin lugar para los débiles”, “El hombre que
nunca estuvo allí” y “Fargo”, entre otras obras maestras. El guion, dirección y
producción son las áreas que se reparten normalmente, pero más allá de la
estructura formal de trabajo, ambos han revolucionado el cine y se han
consagrados como excepcionales artistas de la ficción.
Los Coen han
recorrido historias y géneros de diferente tono a lo largo de su trayectoria
cinematográfica, y en esta oportunidad buscan alejarse del clásico western y la
comedia negra propia de su estilo, para ubicar a “Inside Llewin Davis” como la
representación profunda de los mecanismos e historias del contradictorio mundo
de la música, especialmente el de la música folk. El nuevo film de los hermanos
está basado parcialmente en las memorias “The Mayor of McDougal Street” del
músico Dave Van Rock. La correcta actuación de Oscar Isaac y el acompañamiento
actoral de Carrey Mulligan y Justin Timberlake, redondean un argumento
dramático de profunda reflexión y pensamiento.
El relato se
centra en la desastrosa y enredada vida Llewyn Davies, un cantante popular de
música folk que vaga por los bares de Nueva York en 1961. Luego del suicidio de
su compañero de dúo se convierte en un solista sufrido que busca encontrarse a sí
mismo con lo único que encuentra como salvación en su vida: La música. El
trágico hecho de la muerte de su compañero, lo hunde en una profunda frustración
que lo desorienta totalmente y lo obliga a vagabundear por las calles frías de
Nueva York con su guitarra en la espalda, rogando sillones de las casas de sus
amigos para pasar la noche. Sin dinero, ni proyectos, lo único que tiene es la
esperanza de éxito de su último disco “Inside Llewin Davies” que exhibe como
solista y nadie ha reconocido aun. A la espera de ese utópico sueño de éxito
musical, se conforma con algunas monedas y cálidos aplausos que consigue
cantando en el precario bar de su amigo Pappi Corsiatto. No solo su fracaso
musical lo perturba, sino que el enfrentamiento a un embarazo no deseado con la
novia de su amigo y el rechazo de su hermana como única familia, se suma a una
vida llena de problemas, donde la paradójica compañera y culpable de
sufrimientos, parece ser la música.
La música
como máximo exponente argumentativo, es la forma armónica precisa que enaltece
a la película de los Coen. El recurso musical no solo está puesto como una herramienta
que acompaña la narración, sino que es el centro de la misma narración. Este es
el objetivo más logrado del film. La vida dramática y sin consuelo del
protagonista se encuentra con la más precisa radiografía de lo que significa la
música como un mundo de exitosos y excluidos. Es sabido que la gloria de unos
pocos es la marginalidad de otros. La instalación subliminal de un debate
eterno que pone a la música en el medio del abismo y la lucha entre lo
comercial y lo artístico, representa una proyección crítica hacia la sociedad
moderna que decidido deslegitimar la producción artística en pos de intereses
mercantiles de algunos pocos. El folk como elemento artístico rechazado y
subordinado a algunas minorías subalternas por las industrias de la música
comercial, es el ejemplo más claro de esta dicotomía que la vida de Llewys
representa.
Actoralmente,
los papeles son correctos y buenos, valorando principalmente a Oscar Isaac en
un desafío riesgoso de aparecer en todas las escenas con un despliegue
aceptable. Agregar la mínima aparición de Timberlake como un claro guiño a esa
relación reflexiva planteada por la película, donde se ve el contrapunto de
aquellos exitosos en la música que miran desde arriba a aquellos que sueñan con
llegar algún día a concretar sus ansiados sueños de cantante.
El guion es
otro punto positivo que siempre ha figurado como marca registrada de la autoría
de los hermanos, aunque en algunos puntos de este film resulta denso y un poco
aburrido que al espectador poco entusiasmado puede provocarle algún bostezo.
Más allá de eso, cada minuto y cada escena son de una profunda reflexión y
placer, donde lo primero que se nos tiene que venir a la cabeza es que a pesar
de que nos convenza poco el argumento es necesario ser paciente y esperar, por
el solo hecho de que los Coen son garantía de buen cine.
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